En estos tiempos preelectorales, nada se dice de lo que piensan hacer las alianzas y partidos a partir de diciembre, cuando asuman los nuevos legisladores. Hay silencio, un silencio cargado de incógnitas porque nadie se anima a mostrar todas sus cartas. Es un póker amañado, en el que lo que importa es cuánta complicidad hay entre los jugadores y cuántos ases ocultos bajo las mangas. En ese marco, quiero traer hoy un párrafo de la columna publicada por este ombudsman en julio de 2017, cuando también se jugaban elecciones de medio término.
Señalaba entonces: “Es interesante lo dicho por la filósofa y experta en ética irlandesa Onora O’Neill, en una conferencia que tituló “Licencia para engañar”. Sus palabras están citadas en un amplio informe de la ONO (Organization of News Ombudsmen): “Nadie debe imponer lo que se puede publicar, más allá de establecer unos requisitos limitados que protejan la seguridad pública, la decencia y quizás también la privacidad personal. Sin embargo, la libertad de prensa no significa tener una licencia para engañar. Al igual que (John Stuart) Mill, queremos que la prensa tenga la libertad de buscar la verdad y poner en tela de juicio puntos de vista ampliamente aceptados. Pero publicar buscando la verdad, o (más modestamente) tratando de no distorsionar o engañar, requiere ciertas disciplinas y estándares internos que faciliten el análisis y la crítica por parte de los lectores”.
Estamos conviviendo con una creciente relación espuria entre políticos (estén o no en el gobierno actual o en la oposición) y periodistas más propensos a la complicidad sin culpas que a la práctica limpia de este oficio. No es eso lo peor: lo peor es que estas conductas reprobables (condenables, más bien) están ingresando en el terreno de lo normal. O sea: es normal que el Presidente y sus adláteres (sean o no rentados) vuelquen cloacas colmadas de insultos, diatribas, manifestaciones de odio. En verdad, se trata de acciones que ya no despiertan curiosidad y ni siquiera parecen merecer el rechazo, el repudio, el reclamo de un mejor trato para quienes no piensan como el poder quisiera.
Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
A riego de resultar reiterativo, quiero que estas líneas enfaticen que los insultos y términos soeces, pedestres, ni siquiera civilizados, no son buenas señales para una práctica de democracia plena. Cada excrecencia surgida de las bocas del señor Milei y sus seguidores fanáticos, es un disparo contra la democracia. Y cuando los destinatarios son periodistas no sometidos, independientes, críticos, capaces de analizar sin partidismos lo que el Gobierno hace (y deshace), esos disparos provocan heridas en el cuerpo de la libertad de expresión.
Lo que viene será, probablemente, peor. Encuestadoras dispuestas a jugar con números que favorezcan a unos u otros, bregarán por imponer cifras sesgadas o mentirosas. Por cierto, habrá de las otras, las consultoras serias y responsables que darán sus informes despojadas de sumisión. A éstas habrá que darles crédito. A las otras, las oscuras, el periodismo independiente debería darles la espalda y vedarles espacio.
De ahora en más, será necesario observar los movimientos de los medios para no caer en manipulaciones o informaciones erróneas. Es seguro que en el futuro inmediato lloverán los resultados de encuestas que contabilicen la opinión de la ciudadanía. Desde esta columna ya se ha advertido a los lectores que será imprescindible un análisis crítico de las cifras que se difundan. Y se reitera para los editores de PERFIL el reclamo de una necesaria aclaración acerca del origen de esas encuestas, de las relaciones entre las consultoras que las realicen y los factores de poder (políticos, económicos) y los partidos y candidatos.