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Ser la única liga del mundo en la que los hinchas tienen prohibido ir a ver a su equipo de visitante es uno de los más tristes récords del fútbol argentino. Durante estos 12 años en que la restricción puso en vidriera la incapacidad (y complicidad) de los organismos de seguridad para afrontar la violencia en las canchas, hubo varios intentos y muchos discursos para ponerle fin.

Este de ayer tiene una dosis de sensatez: no dice que ya se terminó la interdicción, habla de un primer paso, de una intención y de un trabajo conjunto entre la AFA y los cuerpos encargados del cuidado de la gente; entiende que haya clubes que no puedan recibir visitantes; proyecta que, en un año, lo pueda hacer el que quiera.

Lo que se probará este sábado en Lanús-Central comenzará a desandar un camino en el que habrá responsabilidades de los organizadores, de los clubes y de las policías. Una frase del ministro de Seguridad de provincia, Javier Alonso, deberá cumplirse: “No les podemos regalar el fútbol a las organizaciones criminales”. El celebrado regreso de los visitantes no puede convertirse en un festival de negocios y extorsiones de los barrabravas.

También los protagonistas tendrán que pensar en el polvorín que activan con sus conductas, airadas hasta el descontrol. Pero esto será, también y sobre todo, un testeo para los hinchas. Todos queremos estadios con dos hinchadas, cantitos, aliento, folclore.

Pero si vamos a la cancha a repetir como si fuera una conducta lícita y aceptada putear y discriminar a los adversarios y árbitros, tirarles proyectiles; si vamos a pelearnos y a correr a los que lleven la divisa adversaria, y enorgullecernos de haber quemado una bandera o matado a un hincha rival, todo este esfuerzo se irá por el retrete.

Es tiempo de que los “hinchas comunes” no se comporten, ellos también, como barrabravas.