La noche en la que hay mucha niebla en Ceuta, como ocurrió ese viernes, sus vecinos saben que al día siguiente hará mucho calor. También que la tupida cortina que genera este fenómeno meteorológico animará a los migrantes que esperan en Fnideq (antigua Castillejos), la localidad marroquí que limita con el sur de Ceuta, a intentar cruzar a nado hasta territorio español. Agosto es el mes por excelencia del taró, una niebla densa y persistente típica del Estrecho de Gibraltar. Y este año no es una excepción. En la noche del 15 de agosto, que comenzó con el AD Ceuta debutando en Segunda división, los agentes de la Guardia Civil y los efectivos marroquíes lidiaban con los intentos de unas 300 personas que braceaban para llegar a territorio español. Entre las 23.00 y las 00.30, tres jóvenes, dos de ellos que aseguraban ser menores, accedieron encaramándose por un espigón a muy pocos metros de la frontera de El Tarajal, en la bahía sur de la ciudad.
Los ceutíes que apuraban la noche del festivo pescando, tomando un té o charlando en la playa, presenciaban la escena con cierta familiaridad. “Aquí, aquí”, gritaron al primero de ellos, que llegó a las 23.00, en cuanto escucharon los primeros chapoteos. Cuando el joven sacaba fuerzas para encaramarse a las grandes piedras, antes de poder ponerse de pie, atrapó al vuelo una toalla que le lanzaron para que se secara.
El goteo constante de llegadas de migrantes desde Marruecos sigue poniendo a prueba la capacidad de resistencia de las infraestructuras del Gobierno, que gestiona el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) encargado de alojar a los solicitantes de asilo, y de la ciudad autónoma, que ejerce de frontera sur de Europa y asume la tutela de los menores. También de los agentes que lidian con la presión migratoria. El centro de inmigrantes, con unos 600 usuarios para 512 plazas oficiales, según fuentes de la Delegación del Gobierno, tiene ocupados los espacios comunes con camas o literas, algo común en casos de saturación. “En determinados casos se han llegado a poner tiendas en espacios cercanos, pero no estamos en esa situación”, insisten. Organizaciones como Andalucía Acoge, que daba talleres allí, han sacado sus actividades fuera. El Gobierno de la ciudad, en manos del PP y que el verano pasado pidió auxilio públicamente para gestionar la gran cantidad de menores que estaban llegando a una ciudad de apenas 85.000 habitantes, aguarda con impaciencia que el Gobierno articule las medias que alivien su asfixia, como la derivación de los jóvenes a otras comunidades. Hace un año acogían a 416 menores y hasta ayer rondaban los 500. El consejero de Presidencia, Alberto Gaitán, puntualiza que están recibiendo menos entradas que el año anterior, pero recuerda que por estas fechas, ya colapsaron el año pasado, y todavía queda la segunda quincena de agosto y septiembre. “Seguimos con los mismos recursos que ya el año pasado eran de carácter provisional y extraordinario”, incide Gaitán.
A la niebla se suma que estos días la temperatura del agua es más alta y las aguas están calmadas. Desde julio, la presión migratoria viene aumentando, con picos, como la llegada el último domingo del mes pasado de 57 menores en una sola noche, una cifra cercana a los 59 que han ido entrando, poco a poco, en la primera quincena de agosto. El año pasado, en todo el mes, acudieron a ellos 318 jóvenes. “Te los encuentras cruzando la carretera mojados y descalzos”, cuenta Mohamed mientras conduce su taxi. Y puede ocurrir a cualquier hora. “Hace tres días, a las siete de la mañana, cuando empezaba el turno, me topé con uno, que me dijo que tenía 17 años. Le di la funda del asiento para que se tapara porque no tenía otra cosa a mano”. “Cada vez son más”, se lamentaba la madrugada del pasado sábado. Según la última estadística del Ministerio del Interior, en lo que va de año y hasta finales de julio han accedido a Ceuta por vía terrestre, que contabiliza tanto los que entran a nado como por la valla, 1.452 migrantes, un 7% más que en 2024. El año pasado ya se había registrado un aumento de casi un 143%. Los inmigrantes que llegan a nado suponen aproximadamente un 80% frente al 20% que lo hace saltando las vallas del perímetro fronterizo. Son hombres, principalmente marroquíes, aunque también hay de nacionalidad argelina. También se han encontrado nadadores de origen subsahariano, que no son nada habituales porque no suelen saber nadar. Los casos de mujeres también son muy pocos, aunque este mismo viernes se frustro el intento de una chica, añade una fuente consultada. Los trayectos a nado van de los tres a ocho kilómetros en función de los tres puntos de entrada y salida más comunes.
Primero, el auxilio
Tanto los guardias civiles españoles como las autoridades marroquíes están colaborando para frenar los intentos, coinciden varias fuentes. Lo primero es prestarles auxilio, después el control migratorio. “Los agentes españoles indican a la Marina marroquí donde están y les prestan apoyo”, explican fuentes del instituto armado.
El operativo que intenta contener este goteo busca cubrir todos los frentes. Desde tierra, unos guardias equipados con cámaras térmicas, a los que llaman búhos, les señalan a sus compañeros del Servicio Marítimo donde encontrar a los nadadores. En la patrullera, los agentes buscan con el radar. A veces les encuentran “de oído” porque se esfuerzan por no hacer ruido para no delatarse. “No se ve nada. Solo se escuchan los palmetazos en el agua”, detalla un agente conocedor del trabajo en el mar. En esas circunstancias encontraron con vida esta semana a una persona con discapacidad. Los buzos del Grupo de Especialidades Subacuáticas (GEAS) también colaboran en estas tareas durante el día.
Una vez en el agua, los inmigrantes tienen tres caminos: llegar a Ceuta, donde piden asilo o pasan a un centro de menores; ser devueltos a Marruecos; o que se pierda su rastro y mueran. En lo que va de año han sido encontrados los cuerpos de 19 personas muertas en este empeño. El último, era un chico joven encontrado este jueves enganchado en unas redes.
Cuando los familiares no contactan con ellos, llaman al diario local El faro de Ceuta, para que les ayuden publicando su desaparición. El pasado septiembre, recogieron en un artículo 90 de estas peticiones, con su fotografía y los principales datos. “Les insistimos en que vayan a la Guardia Civil a denunciar y en que aporten las muestras de ADN”, explican en el diario, que cubre cada hallazgo y sus entierros, como el realizado esta semana. Sus cuerpos solo aparecen identificados con un número. Uno de los últimos es el 5185, un joven del que solo se sabe que llevaba bajo el neopreno una camiseta del Bayern de Múnich y que fue enterrado el jueves en el cementerio musulmán de Sidi Embarek. “Hemos recogido casos como la muerte de unos hermanos argelinos que se habían atado para no alejarse el uno de otro”, cuentan. Esos jóvenes se lanzaron al mar con un tercero, cuya familiar suele llamar cada vez que aparece un cuerpo sin identificar.
Quienes logran su propósito y llegan hasta zona española no se detienen en explicar sus dificultades o apuros. Casi todos recurren a las mismas palabras para describir su experiencia, casi como un mantra. Que en Marruecos no hay futuro y quieren ganarse la vida en España u otro país de Europa. Sus familias son numerosas, con pocos recursos, y se les ocurrió a ellos solos lanzarse un día a la aventura. Ninguno de los consultados asegura que se animó tras ver vídeos de redes sociales.
Monsef es uno de ellos. Se disculpa porque tiene los pantalones y las piernas machados de trabajar en una obra. El joven de 20 años, regresa a las doce del mediodía del viernes al centro de inmigrantes de Ceuta, situado en la carretera del Jaral, cerca de la bahía norte de la ciudad, donde está la otra zona fronteriza. Está a punto de subir la empinada cuesta de la que ha sido su casa durante los dos últimos meses, cuando comienza a contar su experiencia. Algo tímido, deja ver la ortodoncia mientras explica que había estado trabajando durante un tiempo “en el surf” con los turistas en la zona de Agadir, situada a unos 800 kilómetros de Ceuta, al sur de Marruecos.

Las imágenes de su perfil de Whatsapp le muestran haciendo el símbolo de la victoria, en lo que parece el alumbrado de la pasada feria de Ceuta, o con semblante relajado, en bañador, tumbado sobre una ropa, sujetando una bebida energética.
Viste, al igual que otros de los chicos que pasa por la zona, con riñonera, pantalón corto, camiseta, gorra, y chanclas. Con ayuda de Marzok, un ceutí que le habla en dariya, árabe dialectal marroquí, explica que pasó cuatro días escondido con otros tres amigos cerca de la mezquita de la localidad fronteriza de Fnideq, intentando despistar a las autoridades marroquíes. Después, estuvo cuatro horas en el agua. Tres de los cuatro amigos lograron entrar y solicitar asilo, algo que les permite quedarse en Ceuta, mientras se tramita su petición. Monsef dice que quiere trabajar como jardinero o agricultor mientras arregla sus papeles y que ha estado intentando encontrar algún trabajo esporádico como el de este viernes, por el que echó cuatro horas desde las siete de la mañana y cobró 30 euros. En un momento de la charla, de pie, frente a una ducha de la playa, explica que tiene estudios de carpintería metálica. Una mujer de unos cincuenta años, de cabello rubio y un vestido de rayas, que atendía con interés a la conversación, empieza a hacer gestos de desaprobación y suelta un “claro que sí”.
La conversación con el joven, que se pone la camiseta para que le hagan una foto, continúa, mientras la bañista se aleja hacia la playa. El chico repite, casi con las mismas palabras, los motivos de otros tres jóvenes marroquíes que también han solicitado asilo, Mohsin (23), Osama (21) y Reda (24 años). Dice que nadie les metió en la cabeza este viaje ni les asesoró. Dos de los amigos que cruzaron con él aquel día hace dos meses, relata, se desesperaron de estar en Ceuta y se marcharon hasta Algeciras “en una tabla”. “En plan David Meca, vamos”, aporta de su cosecha el traductor. Pasaron “un poco de miedo porque temían encontrarse con algún tiburón, como un marrajo”. Él asegura que es “más tranquilo”. Sus padres le dicen que no se meta en líos y, según cuenta, el lunes ya tendrá permiso para moverse por la península.

No todos los vecinos ven con buenos ojos la presencia de estos jóvenes en la ciudad. Por la noche, en la playa cercana a la frontera de El Tarajal un grupo de mujeres de la barriada cercana de El Príncipe reclamaba que el Gobierno hiciera algo para frenar esta situación. “No cabemos más gente en Ceuta. No hay trabajo ni para nosotros. Tenemos sensación de inseguridad. Nos da miedo, porque no sabemos quiénes son. Pueden ser trabajadores, pero igual no”, argumentaban.
En pleno debate, se acercaba, nadando con un flotador, el chico que esquivó los controles de la frontera a las 23.00. Además de la toalla, quienes estaban cerca le dieron algo caliente para beber, porque estaba tiritando, y le prestaron una camiseta blanca y unas chanclas. El chico, con una funda de móvil colgada al cuello, habló con su familia para decirle que había llegado. Preguntó por el CETI y, cuando pudo recuperarse, salió de la playa por su propio pie. Poco después, a las 00.30, llegaron de la misma forma hasta el espigón otros dos chicos, que aseguraban ser menores de edad. Sentados en una mesa de playa, moviendo las piernas para entrar en calor, devoraron unos pastelitos de bollería y bebieron con ansiedad batidos y zumos.
Aletas y flotadores
“Menos mal que han venido por aquí, porque si se abren más, se arriesgan a nadar para dentro y ahogarse”, comenta uno de los pescadores. Con frecuencia, sus neoprenos o las aletas quedan tiradas en la zona, entre las piedras, y los flotadores, muchos comprados en los bazares se quedan flotando en el agua.
Pasada la una y media de la madrugada, cuatro miembros de la Guardia Civil llegan a la misma playa y comienzan a alumbrar por la misma zona por la que habían accedido los chicos, pero durante el tiempo que permanecen no divisan a ningún nadador.
Ayer por la mañana, después de una intensa noche, los agentes vieron encaramados a decenas de migrantes en una montaña del lado marroquí. Esperaban, según comentan guardias civiles con experiencia en la zona, que vuelva la niebla, para volver a intentarlo. Reda, un marroquí de 24 años, que también vive en el centro de inmigrantes ceutí asegura que él se lanzó al agua ocho veces en un año. Hace 15 días consiguió entrar. Como los otros jóvenes, se extiende en explicaciones en sus planes de futuro. Dejó el colegio muy pronto, con apenas 14 años, y comenzó a trabajar de carpintero.

Con una familia de seis hermanos, cinco varones y una mujer, aspira a seguir trabajando de lo mismo. Dos de sus hermanos están en Almería, así que no descarta probar en la provincia, en la que se ofrece mucho trabajo de agricultura gracias a sus invernaderos.
“Nadie de los que entran se quiere quedar aquí, esto es como una gran patera”, zanja un agente veterano de la ciudad.