Marcelo Katz es uno de los referentes del mundo clown (y en el mundo: pasa cuatro meses al año, de gira, actuando y enseñando). Es actor, autor y director de espectáculos sostenidos por esta específica disciplina teatral. Es también responsable de Espacio Aguirre, una sala muy activa y también escuela de clown, bufón y máscaras. Desde hace más de 25 años, en Aguirre 1270, entre 400 y 500 personas por año toman cursos y arman obras, siempre con público a pleno. En diciembre, hubo propuestas hasta el 23, inclusive.
—¿Cómo es la historia de Espacio Aguirre?
—Durante mucho tiempo, busqué una cocina donde hacer mis cosas, una escuela de payasos, un centro de producción de espectáculos de clown, de bufón, de máscaras. En 1999, encontré el lugar, que era una fábrica de juguetes abandonada. La muestra de diciembre del 99, la hicimos acá entre escombros. Al principio, para conseguir dinero con que pagar las cuotas, alquilábamos la única sala para cualquier cosa: Muscari hacía acá sus fiestas; acá funcionaron fábrica de perfumes, depósitos de importadoras chinas. Con el tiempo pudimos hacer otra sala y usarlas cada vez más para nosotros. De repente había personas tomando clase a todas las horas de la semana. Cuando tenía que rechazar alumnos porque no daba abasto, empecé a formar gente. El primer profe fue Pablo Fusco. Ahora somos un equipo de diez profesores. Tenemos tres salas. Dos, como sala de teatro: una para cien localidades, otra para 25. Fue todo a pulmón. Pasamos momentos duros: Argentina. Hoy es un espacio muy bonito y con equipos pedagógico y administrativo.
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—¿Cómo definirías clown, payaso y actor?
—Las tres disciplinas que transito en mi cuerpo y que transmito en la escuela son disciplinas teatrales: somos actores y actrices y hacemos teatro. El payaso trata sobre arquetipos del ridículo universal, como el tropezón, la caída, el golpe, el cambio brusco de jerarquías entre un jefe y un empleado. El clown no descarta materiales propios del payaso, pero trabaja con un material más personal: sus sueños, neurosis, anhelos. Ese estofado de tu personalidad se mezcla con las hebras con las que podés jugar y conectarte con el público. El payaso es más de circo y tiene grandes maquillajes y vestuarios coloridos, para llegar a mil personas. El clown es más teatral; tiene algún delirio, pero no, ese estruendo. El clown desarrolla la capacidad de sentir y jugar con lo que aparece. Tenés que amigarte con lo que te pasa, sos y te gusta y no te gusta. El clown muestra que: “¡Ah!, puedo ser el que soy y divertirme con eso; no hace falta ser más inteligente, más ocurrente, menos charlatán, más desinhibido, menos nada. Con lo que soy tengo un lugar en el mundo”. Si se asumo eso y se juega, es una poesía caminando. Es el arte del placer por la tontería y por aceptar lo que sos.
—¿Qué particularidades tienen el bufón y la máscara?
—El bufón es un trabajo con la monstruosidad, la deformidad (jorobas, piernas elefanteásicas, pijas gigantes, brazos que faltan). Jugando con tus monstruos y dejando que la bestialidad aparezca y haciendo a un lado la buena urbanidad, se va hacia la crítica social: qué temas te fastidian, te joden, te duelen, en esto que hemos dado en llamar vida en común, democracia. Desde el humor, el bufón está mostrando la hilacha de cómo vivimos y del absurdo de las cosas que nos hemos dado como comunidad. Las máscaras son un artilugio de culturas milenarias. La máscara te transforma el cuerpo: te mirás tres segundos al espejo, y sin permitir que la mente pilotee el resultado, tu cuerpo ya no es tu cuerpo, sino el cuerpo de esa máscara.
Experiencias de formación y en el escenario
A.M.
—¿Cómo fue tu formación? ¿Qué artistas te marcaron?
—Yo no tengo títulos. Hice toda mi carrera decidiendo dónde poner los pesitos. Igón Lerchundi con su escuela de Mimoteatro me metió en la pasión del trabajo diario, la investigación, el rigor en cada movimiento. Artistas que crearon parte de mi identidad son: Julio Chávez (mi maestro de teatro), Raquel Sokolowicz, la franco-argentina Carolina Pecheny, la canadiense Sue Morrison y el alemán Thomas Prattki. Como creadores, señalaría: la compañía inglesa Monty Python, el creador francés Philippe Genty con su veta onírica, la compañía de clown italiana Tre uomini in barca; Jacques Tati, los hermanos Marx y Buster Keaton.
—¿En qué consiste “Vértigo” y qué relación tiene este espectáculo con los fundamentos de tu trabajo?
—Le propuse a un grupo muy bueno de clowns y de músicos: ¿salimos a la cancha sin la menor idea de lo que vamos a hacer y yo dirijo desde la platea? Estamos haciéndolo desde hace 11 años. Es la experiencia clownesca a full, porque no hay nada preconcebido. A diferencia de la impro, no hay temas, no definimos con el público, ni pretendemos armar una historia con final. Es el placer del juego por la tontería, es encontrar un estado y desarrollarlo apoyado en la fonación de los sonidos, y no, en la inteligencia de lo dicho. El cuerpo es la llave para el juego. Me siento en medio de la platea, desde donde tengo muy clarito qué está bueno desarrollar y cuándo se pone plomo. Hablo, hago señas, los felicito, los echo, discuto, los muevo; a veces pido que no hagan gags cuando se está poniendo poético y onírico. Vamos navegando y buscando el material. Es muy alucinante.










