Es fácil olvidar que aquello que está online no es permanente. Quienes llevamos décadas usando la red podemos recordar cuando era el Salvaje Oeste, con páginas que nacían y morían, archivos perdidos, bitácoras fantásticas que no van a volver. Incluso amigos que, como usaban seudónimo, nunca volvieron a aparecer. Las apps se desvanecen, dejan de usarse, se retiran y se llevan mucho trabajo con ellas. Hace unas semanas me tomé el trabajo de revisar mis enlaces favoritos y encontré qué blogs –en blogspot y en tumblr– ya no existen más. Hay proyectos fantásticos como The Internet Archive o The WayBack Machine que se ocupan de preservar sitios, pero es mucho más lo que desapareció. En muchos casos, esa ausencia es voluntaria: alguien que borra sus redes sociales, por ejemplo, por hartazgo, porque quiere desaparecer, porque está harta de la vida online o los hackeos o las limitaciones de contenido.
Esta es una historia sobre cómo a veces las redes sociales pueden albergar artistas y ser santuarios a pesar de los límites de las apps y de posibles denuncias que lleven a una suspensión por infracción en las reglas de uso. Eso nunca le pasó a Dmitry Markov, un fotógrafo a quien los medios bautizaron el Cartier Bresson ruso. Su trabajo estaba lejos de Moscú y San Petersburgo: retrataba la vida cotidiana de su enorme y complejo país en sus rincones más olvidados, como no se había visto desde Boris Mikhailov, el ucraniano que hizo una crónica inigualable de los abandonados después de la caída de la Unión Soviética, en especial de las personas que se habían quedado sin hogar.
Markov empezó a trabajar como fotógrafo y periodista en el diario Argumenty i Fakty, y fue fotoperiodista de Takie Dela y Meduza. En 2015 ganó una beca de Getty Images e Instagram para continuar con su fotografía documental. En 2016 fue uno de los 15 fotógrafos de 15 países que participaron en la campaña publicitaria del iPhone 7 «Apple’s Taken on the iPhone». Y logró evadir la publicidad de la marca. Sí, claro que estaba publicitando un I-Phone y haciéndole el trabajo a Instagram, pero su infiltración en este mundo fue brillante: logró usarlo para difundir lo que quería. Los sujetos de sus fotos eran los adictos, los huérfanos, los sin casa, los niños, los ancianos, los conscriptos, los alcohólicos. La belleza y la compasión de sus imágenes reflejaba su propio trabajo como trabajador social, que le daba acceso a las personas y su consentimiento. Markov era adicto a la heroína, y empatizaba con la gente que, como él, estaba luchando con tormentos. Los demás, viendo su propia fragilidad, le daban acceso a sus vidas. Markov, hijo de obreros, que había crecido al lado de una fábrica de ropa en Moscú, casi no tenía fotos de infancia, por eso le gustaba tanto retratar a los chicos. Vivía en Pskov, una de las ciudades más antiguas de Rusia, cerca de la frontera con Estonia, donde trabajaba para la organización benéfica Rostok, que ayuda a niños con discapacidad a integrarse en la sociedad.
Volcaba todo en su Instagram: un hombre con la campera salpicada de nieve en un micro, entre los asientos hay un ataúd, y a él no se le ve la cara, que se tapa llorando. Un chico en short, de costado, sentado en las escaleras de un monumento a Lenin. Un señor obeso vendiendo papas al costado del camino. Una fiesta en el pueblo donde se celebra con un caballo y un jockey que lleva montado sobre si una oveja. Markov solía dejar largos comentarios en sus posts, explicando las fotos de una manera un poco alucinada, aunque a veces, como con un joven conscripto en el tren, muy serio, y la gente fuera despidiéndolo, solo ponía: “sin comentarios hoy tal vez”.
¿Cómo se construyen las fotografías de Markov? El periodista Anton Khitrov escribía: “La paleta de colores es similar a la de la pintura rusa antigua, por ejemplo, los frescos de Dionisio en el Monasterio de Ferapontov. La composición a menudo se asemeja a una puesta en escena teatral: al fondo, un decorado plano; en primer plano, los ‘actores’ que se mueven por la pantalla, como si fueran de un ala a otra. Los personajes suelen terminar en un marco que se asemeja al marco de un cuadro o a la portada de un escenario. Ciertas escenas evocan Cazadores en la nieve de Pieter Bruegel el Viejo, un retrato renacentista, o Futuros pilotos de Alexander Deineka. De esta manera, Markov defiende el lugar de sus personajes en la cultura: escolares de provincias, obreros, pasajeros de trenes de cercanías, clientes habituales de los baños públicos, insistiendo en que cualquier persona merece nuestra atención, al igual que los héroes de reconocidas obras maestras del arte mundial. Patriotismo alternativo o de protesta: así se puede llamar la estrategia creativa de Markov. La esencia de esta estrategia es la búsqueda de una identidad rusa distinta a la que las autoridades ofrecen a la sociedad”.
En 2021, cuando empezó la guerra con Ucrania, mucha gente se enojó con Markov. Como opositor a Putin y defensor de Alexei Navalny, no le perdonaron sus expresiones de solidaridad con los soldados rusos en el frente y también su decisión de no irse del país. “No puedo dejar de querer a mis seres queridos y empezar a odiarlos», escribió. «Y entiendo que soy un blanco legítimo del odio de los ucranianos. No sé qué hacer en esta situación».
Hacía mucho que yo no visitaba su perfil de Instagram y, cuando lo abrí, encontré que la foto más reciente era de 2024, lo que resultaba sorprendente, porque Markov posteaba seguido. Es la imagen de un soldado llorando, en una habitación modesta, un hombre que, cuenta, le dio de comer salchichas y té, a pesar de que estaba muy borracho. El soldado se llama Andrey. Había dejado el frente de batalla pero, les dijo, mientras tomaba vodka, iba a volver. Por esta foto y su texto compasivo, Markov recibió muchas críticas, aunque eso lo supe por los diarios, porque no tenía abierto los comentarios. En ese mismo diario me enteré de que Markov había muerto, a los 41 años, una semana después de publicar esta foto, por una sobredosis de metadona. Como muchos pensaban que sus fotografías “denigraban Rusia”, se sospechó de un atentado, pero no: Markov tenía problemas, estaba deprimido, entraba y salía de sus consumos. También viajaba y trabajaba mucho: sus últimas fotos son de lugares remotos como los suburbios de Kudymkar, y había anunciado que, si no publicaba seguido, era porque estaba haciendo un libro.
No se consiguen libros de fotografía de Markov fuera de Rusia, por ahora, y además él decidió que todo su trabajo, sus fotos tomadas por un teléfono, estuvieran en el medio más cercano para la gente, una red social, en este caso Instagram. Una red frágil y caprichosa, como todas, por eso hay que apurarse a ver su obra en @dcim.ru, antes de que se desvanezca. Tiene casi mil fotos y 900 mil seguidores, entre los que están el fotógrafo Martin Parr y el artista Takashi Murakami. Pero su obra y su muerte joven siguen siendo secretos que quizá nunca aparezcan entre las sugerencias del algoritmo.