Todos recordamos a Mariquita Sánchez de Thompson por su romántica rebelión familiar para casarse con el hombre que amaba, su adhesión a la causa patriótica, la velada en la que se entonó por primera vez el Himno Nacional en público y sus actividades filantrópicas, que concluyeron con su exilio montevideano. No se fue sin antes responderle a su amigo de la infancia la razón de su huida con ese inolvidable: “Porque te tengo miedo, Juan Manuel”.
Durante esos años de exilio, asistió a los argentinos anclados en Montevideo y permitió que su hijo combatiera junto a Lavalle, quien incluso compuso una marcha patriótica para alentar a las tropas de la Legión Argentina, aunque de poco sirvió, dado el desastroso resultado de la campaña contra Rosas.
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Ya entrada en años, Mariquita seguía transmitiendo una sensualidad que cautivó al mismísimo Sarmiento, quien confesó esa atracción en forma que no se prestaba a dudas.
María de los Santos Sánchez de Velasco Trillo y Martín Jacobo José Thompson vivieron el romance más escandaloso que haya tenido lugar en una ciudad como Buenos Aires, que no se caracterizaba precisamente por la ausencia de escándalos.
Que una joven de buena familia no respetara los designios paternos y prefiriera contraer nupcias con su amor juvenil –a pesar de sufrir clausura en un convento– ya era llamativo.
Que el joven Thompson lograra sortear esa reclusión ocultando la blancura de su rostro bajo el tizne de carbón, con tal de reencontrarse con su amada, adquiere ribetes novelescos. La perseverancia de Mariquita hizo historia: no escatimó recursos para llegar hasta el mismísimo virrey Sobremonte, quien finalmente consintió el enlace. Las nupcias se celebraron el 29 de junio de 1805.
Pronto, la pareja se volvió el centro de la vida social porteña: primero, cuando albergaron a oficiales ingleses durante las primeras invasiones, y luego cuando abrazaron la causa libertaria.
El 22 de mayo de 1810, Thompson votó por la deposición del virrey Cisneros. Posteriormente, el gobierno patrio lo nombró capitán del puerto de Buenos Aires, y colaboró activamente con la escuadra del almirante Brown. El 5 de febrero de 1816 fue ascendido a coronel y destinado a una misión diplomática en los Estados Unidos.
Si bien no logró entrevistarse con el presidente, compró armas, reclutó oficiales y, sobre todo, fue uno de los firmantes del acta que apoyaba la invasión del general MacGregor a la Florida, por entonces territorio casi inexplorado en manos del Imperio Español.
Detengámonos en este fascinante personaje. Gregor MacGregor nació en 1786 en el seno de la tradicional familia escocesa que contaba entre sus ancestros al legendario Rob Roy, patriota que luchó contra el dominio inglés.
A los 16 años, Gregor ingresó al ejército británico y tuvo una destacada actuación en las guerras peninsulares, siendo condecorado por el gobierno de Portugal. Estuvo casado por pocos meses con una rica heredera cuya muerte fue un duro golpe para el joven oficial. Quizás fue este suceso lo que lo empujó a sumarse a la guerra de independencia en Venezuela, primero bajo el mando de Miranda y finalmente de Simón Bolívar, con cuya prima, Josefa Lovera, se casó.
En el verano de 1816, MacGregor se vio obligado a dirigir sus tropas en retirada a través de la selva. Este movimiento estratégico por los valles de Aragua fue saludado por Bolívar como un acto meritorio, y MacGregor fue ascendido a brigadier general.
Los ojos volvieron hacia este excéntrico escocés para llevar adelante una tarea estratégica: apoderarse de la isla Amelia, frente a las costas de Florida –un dominio hispano ubicado en el Caribe, cerca de Cuba–.
Sobre el poblado flameó la bandera llamada “Cruz Verde de Florida”, que ondeó durante los siguientes cuatro meses, el tiempo que duró esta efímera república, cuya independencia fue declarada el 29 de junio»
Recordemos que en 1815, el general Morillo había recuperado Venezuela para Fernando Vll, y Bolívar recorría las Antillas buscando apoyo británico para recuperar su patria, oprimida por los realistas. Las Provincias Unidas del Río de la Plata eran la única ex colonia que continuaba activamente su lucha por la independencia.
MacGregor se desplazó a Filadelfia –entonces capital de los EE.UU.– donde tomó contacto con representantes de las colonias españolas con intenciones separatistas, dispuestos a apoyar esta iniciativa de conquistar la Florida comenzando por la isla de Amelia.
Entre ellos se encontraba Thompson, quien había recibido del gobierno patrio instrucciones de “obrar unidos por principios acordes y un sistema coordinado de política para consultar la absoluta emancipación del Nuevo Mundo, su prosperidad y engrandecimiento”, una propuesta bastante vaga que le dejaba un amplio margen de acción.
Junto a Lino Clemente (diputado por Venezuela) y Pedro Gual (diputado de México), Thompson firmó un documento como “diputado de Buenos Aires”, apoyando a MacGregor en la pronta conquista de Florida, “observando las leyes de los Estados Unidos, especialmente las que regulan la neutralidad con potencias extranjeras”.
La búsqueda de fondos en Filadelfia resultó infructuosa, por lo que Mac Gregor se desplazó a Baltimore, controlado de cerca por las autoridades estadounidenses, siempre atentas a los movimientos del escocés a quien algunos consideraban un posible agente británico.
Varios ex combatientes norteamericanos de las recientes guerras coloniales se mostraron dispuestos a asistirlo en esta conquista de la Florida, e incluso una empresa manifestó su intención de adquirir las tierras conquistadas.
Con 150 seguidores, MacGregor partió hacia la isla Amelia, cuya capital, Fernandina, contaba con 40 casas y 200 habitantes, defendida por apenas 54 españoles y unos pocos cañones. A poco de acercase MacGregor y sus hombres, los españoles se rindieron y aceptaron firmar un acta de capitulación ante las autoridades de “las Repúblicas de México, Buenos Aires, Nueva Granada y Venezuela”.
Sobre el poblado flameó la bandera llamada “Cruz Verde de Florida”, que ondeó durante los siguientes cuatro meses, el tiempo que duró esta efímera república, cuya independencia fue declarada el 29 de junio.
En agosto llegó la nave corsaria Morgania, luciendo los colores de Buenos Aires (que vendía a buen precio sus patentes de corso). La nave traía a Ruggles Hubbard, quien reemplazaría a MacGregor en el mando de Amelia, isla que se convirtió en sitio de reunión de naves corsarias (y algunas lisa y llanamente piratas).
Ruggles Hubbard, ex sheriff de Nueva York, había organizado el viaje de varios oficiales franceses para ponerse al servicio de Buenos Aires el año anterior, así que no era un desconocido para Thompson.
MacGregor abandonó la isla y, después de varias peripecias y negociaciones, Amelia fue finalmente cedida a los EE.UU. por España a través del Tratado Adams-Onís, firmado en 1819, bajo el pretexto de que la isla era un refugio de piratas que hostigaban naves norteamericanas.
Mientras esto acontecía, Thompson comenzó a mostrar signos de alteraciones mentales, razón por la cual el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón lo dejó cesante en enero de 1817.
Thompson permaneció en Estados Unidos en un estado de completa enajenación. Mariquita proveyó los medios para repatriar a su marido, de apenas 42 años. Es de suponer que haya sido víctima de una neurosífilis, por entonces una de las principales causas de deterioro mental.
Martin Jacobo Thompson, este patriota que apoyó una aventurada conquista de la Florida, murió el 23 de octubre de 1819, sin volver a ver su patria ni a su familia. Su cuerpo fue arrojado al océano.
Así concluye una de las más extrañas misiones diplomáticas de nuestra historia fundacional. Una aventura que, según algunos historiadores, tenía la secreta misión de rescatar a Napoleón de su reclusión en Santa Helena.
¿Habrá conocido Thompson esa finalidad? Pueyrredón quizá lo supiera. De hecho, apoyaba la idea de traer un príncipe francés a regir nuestro destino.
De todos modos, lo que supiera o comprendiera Thompson, yace en el fondo del mar.