Ahora se los llama nepobabies, pero “hijos de” ha habido toda la historia de la humanidad, como dice Paquita Salas de los maricones. Se acaba de estrenar en Max, Mi mamá Jayne: una película de Mariska Hargitay. Ya desde el título queda claro que en este documental es tan importante el sujeto a estudiar, la actriz Jayne Mansfield, como su directora, su hija, la también actriz Mariska Hargitay, que se propone contar la archicontada figura de su madre desde una perspectiva familiar. Aquí quienes hablan de Mansfield no son cinéfilos ni mitómanos, sino sus hijos y otros allegados.
Siempre que pienso en los hijos de celebridades que siguen la senda de sus padres, me acuerdo de unas declaraciones de Fran Lebowitz en Vanity Fair, hace casi 30 años: “Es común leer entrevistas con jóvenes estrellas de cine cuyos padres o abuelos también fueron estrellas de cine. Y cuando el entrevistador pregunta: ‘¿Encontraste alguna ventaja por ser el hijo de una estrella de cine?’, la respuesta es invariable: ‘Bueno, te abre puertas, pero después de eso, tienes que actuar, y estás solo’. Es ridículo. Abrirte puertas es prácticamente todo, sobre todo en la interpretación”.
Como estrella, Hargitay ha superado a su madre. Los 26 años que lleva interpretando a Olivia Benson en Ley y orden: unidad de víctimas especiales la avalan. Pero la muerte temprana de Mansfield, a los 34 años, en un accidente de tráfico en un coche en el que viajaba con sus hijos —Mariska tenía 3 años— y su amante, Sam Brody, la convirtió en un mito. Y los mitos en Hollywood funcionan en varias acepciones: como seres quiméricos y como fábulas con moraleja. La de Mansfield es puritana: convertirse en un sex symbol y jugar con fuegos esotéricos—siempre se alimentó la leyenda de su relación con Anton LaVey, a quien ni se menciona en el documental— te puede costar la vida.
Mi mamá Jayne es café para cafeteros y a menudo cae en el sentimentalismo y la parodia involuntaria —uno de los hermanos le pregunta a Alexa si el alma muere alguna vez—. Pero su propósito es claro: contar la reconciliación de Hargitay con la figura de su madre. El papel de rubia tonta, cuando no lo era, le dio la fama a Mansfield, pero también la atrapó. Quizá por eso su hija lleva 26 años interpretando a Olivia Benson, una morena lista que persigue a criminales sexuales.