El antropólogo y sociólogo Pablo Semán (Buenos Aires, 61 años), especialista en culturas populares y religiones, ha enfocado sus últimos años a estudiar al votante del presidente argentino Javier Milei y la derecha libertaria del país trasandino. La próxima semana, cuando el Gobierno de Gabriel Boric hará de anfitrión de la cumbre progresista Democracia Siempre -a la que acudirán el presidente colombiano, Gustavo Petro; el de Brasil, Lula da Silva; el de Uruguay, Yamandú Orsi; y el de España, Pedro Sánchez-, en paralelo se realizará el Festival Democracia, organizado ejecutivamente por el centro de pensamiento de izquierda Rumbo Colectivo. Semán, autor de El ascenso de Milei (Siglo XXI), participará el martes en el panel Poder reaccionario: cuatro tesis sobre la ultraderecha, que se realizará en el Centro Cultural CEINA. Desde Argentina, atiende esta entrevista, donde adelanta su visión del ascenso de la extrema derecha en América Latina, los riesgos que percibe y la respuesta “débil” de la izquierda ante el nuevo escenario político de la región.
Pregunta. ¿Cuál es su lectura del ascenso de las extremas derechas en América Latina?
Respuesta. Hay una especificidad en la región distinta a Europa Occidental. Si uno ve los números donde las extremas derechas de América Latina ganan, son porcentajes cercanos a la mayoría. Después forman coaliciones y luego absorben los votos del partido ligado, entonces siempre terminan con un piso electoral alto. Es el caso de Bukele, Bolsonaro y Milei. La segundo es que sus programas son mucho más radicales que el de la extrema derecha europea. Y tercero, lo revolucionarios que son desde el primer día, en el sentido de que gobiernan casi sin topes institucionales. Pero toda esa caracterización es superficial si uno no la conecta con la principal diferencia entre América Latina y Europa.
P. ¿Cuál es?
R. Que América Latina es una sociedad polarizada, social y políticamente desde el inicio de la conquista. La sociedad era de castas, donde las mayorías quedaban fuera de todo derecho, y en el siglo XX, la incorporación progresiva, limitada, de las mayorías a un régimen de derechos políticos, sociales y comunidades, siempre fue muy conflictiva, y eso es diferente a Europa, donde durante 70 años hubo un no-cuestionamiento en los derechos políticos, y dentro de ellos, hubo unos 30 y pico de años con pleno empleo, integración social, derechos sociales, profundización de la ciudadanía. Entonces, la polarización política en la que aparece la extrema derecha es un fenómeno relativamente reciente después de una larga pacificación. América Latina nunca estuvo pacificada.
P. ¿Cuáles son las causas de su resurgimiento en los últimos años?
R. En los últimos 30 años tienes un fortalecimiento del proceso de la ciudadanía política. Se podría decir que las verdaderas democracias de América Latina empiezan a partir de las transiciones, con todos los límites, pero hay una participación mayor. Al mismo tiempo, hay una crisis del Estado, mucho más grande que en los países europeos, entre otras cosas por la situación periférica de las economías de la región, con todas las diferencias que cada país puede indicar. Esa crisis se fue acentuando, en el sentido de que el Estado fue menos capaz de relacionarse positivamente con una demanda social creciente, producto de los procesos de desigualdad social traídos por el neoliberalismo. Todo eso hace que una vez experimentadas varias alternativas y sedimentadas las decepciones, las derechas extremas pueden tener mayorías electorales.
P. ¿Y cómo ve el discurso que ha levantado la izquierda para contrarrestar el ascenso de la extrema derecha?
R. Las izquierdas afrontan esta etapa con una desventaja que se construyó a partir de los 2000. Los gobiernos nacionales populares dieron respuestas relativamente insuficientes a las causas por las cuales llenaron al poder. No estoy diciendo que era una tarea fácil de resolver. La respuesta actual de las izquierdas a las derechas la veo, en general, débil. No terminan de entender el tipo de transformación societal que vivimos. Los parámetros de Gobierno propios de los 50 hasta acá no son los mismos que se abren de aquí en más. Tampoco es fácil de entender y, además, hay inercias constitutivas, todo esto que se llama izquierda es muy amplio. No es simplemente un proceso intelectual, tiene que haber una elaboración colectiva que a veces es exasperantemente lenta, porque los cambios son muy radicales y muy rápidos. Tendrían que hacer giros mucho más rápidos que lo que sus propias tradiciones les permiten.
P. ¿Hacia dónde deberían girar? ¿Migración, economía y seguridad?
R. A la izquierda siempre le era difícil abordar el problema de la seguridad porque creía que era un problema social y la derecha siempre creía que los problemas sociales eran policiales. Creo que hay que empezar a pensar el problema de la seguridad como un problema social que tiene necesariamente una dimensión policial. Esto no quiere decir que la izquierda no haya hecho ningún esfuerzo para entender esto, pero hay una radicalización mimética con Europa. En algunas partes de las izquierdas latinoamericanas han tomado recientemente esto de que todo el mundo se cree (la representante estadounidense demócrata) Alexandria Ocasio-Cortéz. No tiene nada que ver con el proceso social e histórico.
P. ¿Cómo ve el panorama chileno, donde el candidato de la extrema derecha, José Antonio Kast, lidera los sondeos presidenciales?
R. No soy especialista en Chile, pero lo que veo tiene una parte que se conecta con lo que describo en general de las condiciones de la emergencia de derechas extremas exitosas en América Latina. A su vez, Chile tiene una especificidad, que es que fue una de las dictaduras más largas y con más consecuencias institucionales de la región, que tiene un régimen económico muy rígido, por un lado, y que tuvo hasta 2019 una situación política no necesariamente buena, pero muy estable, y eso hay que computarlo con el panorama más general. En ese contexto de diferencia chilena respecto a lo que uno puede ver en Argentina o Brasil, diría que la extrema derecha tiene posibilidades mucho más extremas, y eso ya es decir mucho, que en Argentina y en Brasil.
P. ¿Por qué?
R. Porque estos procesos históricos de exclusión, violencia, consolidación de la democracia con patrones neoliberales de la economía, la experiencia crítica del Estado, le hace perder a Chile una de las adquisiciones que tuvo su transición democrática, que fue la despinochetización de la derecha. En Chile esto tiene especificidad justamente por cómo fue su ciclo político y, al mismo tiempo que en un momento fue una característica importante de la transformación democrática o relativamente democrática de la derecha, hoy vemos cómo eso queda un paso atrás. En la acentuación de ciertas disputas, la derecha de alguna manera vuelve a sus posiciones primarias, pero con más caudal electoral que históricamente.
P. ¿Y por qué cree que han sido los jóvenes, los evangélicos y los de ciudadanos de zonas rurales los que han aupado el discurso de Kast?
R. Independiente de mi conocimiento de Chile, hay que considerar que el crecimiento del pentecostalismo, que es el núcleo demográfico más dinámico de los evangélicos, es un proceso que no parece tener un techo próximo y que ha sido constante, acumulativo e irreversible. Pasaron de ser minorías debajo del 10% a representar a veces el 20, el 30, e incluso disputar la mayoría con el catolicismo. La mayor parte de los evangélicos son de los sectores populares, lo que representa una pregunta para las izquierdas: ¿Qué piensan hacer con esa situación? Me parece que limitarse a la denuncia del crecimiento de las sectas e imputarles una ideología política a priori es una solución imaginaria.
P. ¿Usted ve que hoy día el motor del voto es la esperanza o el miedo?
R. Casi siempre el voto tiene un componente de miedo y esperanza, de razón y de emoción. Y como los fenómenos sociales que no nos gustan tendemos a caracterizarlos con categorías negativas, decimos que la gente vota a la derecha por miedo. Pero no, también hay esperanza, de la misma manera que a la izquierda también se la vota por miedo y no me parece mal. Las categorías con las que la izquierda piensa el voto a la derecha no sirven para entenderlo. A mí me sirve pensar que es un proceso social y no extra-social, no es una conspiración. Es un proceso de construcción hegemónica, con las mismas categorías que uno piensa los de la izquierda. Los votantes no son necesariamente unos idiotas, ni unos manipulados.
P. ¿Y cuáles son los riesgos del auge de la extrema derecha en América Latina?
R. Muchísimos. Es un proceso que desactiva los elementos democráticos de la democracia, y los elementos, si se quiere, más liberales y pluralistas de la democracia. Además, son regímenes que aumentan los niveles de discusión. Las extremas derechas no han favorecido ni una redistribución del ingreso, ni una igualación social, ni siquiera un relanzamiento productivo serio de las economías de los países que gobernaron.

P. ¿Y cómo ve hasta ahora el desempeño del programa de Milei en Argentina?
R. Las cuentas fiscales en poco tiempo van a quedar mal, aunque parezca que están bien. Milei hizo una política económica que logró desacelerar el ritmo de la inflación -no se acabó la inflación-, y eso le trajo muchísima popularidad, en parte, porque los gobiernos anteriores minimizaron el problema. Después, ha hecho concesiones extremas que nunca se habían hecho, por encima de las expectativas de los inversores extranjeros, que tienden a organizar una economía muy excluyente. Hay mucha inversión en sectores que no necesitan mano de obra y muchísimo perjuicio para los que tienen alguna o mucha. Es un modelo económico que tiende a la depresión del salario y del empleo.