Corre el año 1923 y el Dr. Parpalaid acude a recibir al colega que le compró su puesto como médico en un pueblito del interior de Francia, que dejará para ejercer en una ciudad importante: Lyon. Durante veinticinco años ha vegetado, sin lograr hacer una clientela interesante, por lo que se alegra enormemente de haber encontrado un ingenuo que pagara por reemplazarlo. Pero el embaucador improvisado se tropezará con un farsante experto. Knock, el nuevo médico, ha ejercido ilegalmente en barcos mercantes. Y entendió que esa era su verdadera vocación. Al cabo de diez años, decidió obtener su habilitación. Su tesis se tituló “Sobre los supuestos estados de salud”, con un acápite que atribuyó a Claude Bernard: “Los hombres sanos son enfermos que se ignoran”.
Knock interroga a Parpalaid acerca de las características de la población. Por ejemplo, si hay mucho reumatismo. Parpalaid le asegura que todo el mundo lo padece, pero que nadie consulta por eso. Entonces, Knock inquiere sobre neumonías y pleuresías. Parpalaid lo desalienta. Son raras. El clima es severo y los bebés débiles no llegan al año. Los sobrevivientes tienen el cuero duro. Solo queda la gripe. No la leve, que no los lleva a consultar, sino las grandes epidemias. Knock se queja. No está dispuesto a esperar las epidemias mundiales de gripe. A Parpalaid no le parece tan disparatado, ya que él vio dos: la de 89-90 y la de 1918.
Knock se interesa acerca de la religiosidad y se alegra de saber que, aunque la gente va a misa, la fe no ocupa mucho espacio en su vida cotidiana. Entonces pregunta acerca de grandes vicios. Parpalaid, perplejo, pide aclaración. “¿Opio, cocaína, misas negras, sodomía, convicciones políticas?”. Parpalaid no sabe de nada de eso, a excepción de la política. La gente se interesa en ella, como en todos lados.
Pero Knock se refiere a individuos que “(…) harían quemar las plantas de los pies del padre y la madre en favor del escrutinio de las listas o el impuesto a las ganancias”. Parpalaid agradece a Dios que no se llegue a tanto.
Al cabo de este contrapunto, Knock afirma que “la era médica puede comenzar”. Y, para lograrlo, se apoya en la propaganda.
Primero, contrata a un pregonero que lee las novedades del municipio con acompañamiento de tambor. Y convoca a una consulta gratuita los lunes por la mañana. También se presenta al farmacéutico, prometiéndole una colaboración que mejorará sus ingresos, y al maestro, a quien le deja un material sobre los microorganismos que se encuentran en el agua y lo convence de ser un “portador de gérmenes”. Los campesinos se agolpan para aprovechar la consulta gratis. Knock evalúa rápidamente el nivel de ingresos de cada uno, y les inventa una enfermedad y un tratamiento acorde a su presupuesto.
Al cabo de tres meses, Parpalaid vuelve para cobrarle a Knock el saldo de lo que le adeuda, y se encuentra con que no hay plazas en el único hotel, convertido en sanatorio. El personal lo pone al día. Knock trabaja sin parar, lo mismo que el farmacéutico. Hasta el botones se ha convertido en un improvisado enfermero.
Cuando ambos médicos se quedan a solas, Knock señala la ventana. Lleva el cálculo exacto de sus convalecientes. En ese momento hay doscientos cincuenta enfermos que mantienen una luz encendida, un velador o una lámpara. “El cantón hace lugar a una especie de firmamento del cual soy el creador continuo. Imagine que, en instantes, darán las diez y que, para mis enfermos, las diez es la segunda toma de temperatura rectal, y que, en instantes, doscientos cincuenta termómetros penetrarán a la vez…”.
Parpalaid, fascinado, le hace una propuesta. Le perdona su deuda y le ofrece trocar los puestos. Le deja el suyo en Lyon a cambio de que le devuelva el del pueblo. Pero Knock declina la oferta. Espera poder continuar su carrera en una ciudad grande, pero aún no es el momento. Parpalaid le avisa que partirá, ya que no hay camas disponibles en el hotel. Knock le asegura que solo es cuestión de suponerle una enfermedad y tendrá prioridad para conseguir una plaza. Él convencerá a la propietaria. Es más, Knock ya esbozó un diagnóstico. Parpalaid se asusta. ¿Es un diagnóstico falso para engañar a la hotelera? Porque él se viene sintiendo un poco fatigado. Quizá necesite algo más que reposo, alguna medicación, algún tratamiento. Knock le palmea la espalda y le asegura que tendrán tiempo de hablarlo, al día siguiente, en el desayuno.
Knock se aleja del atribulado Parpalaid, iluminado por la Luz Médica, que (indica el autor) “es más rica en rayos verdes y violetas que la simple Luz Terrestre”.
Lo que antecede es un resumen de la obra Knock o el triunfo de la Medicina, de Jules Romains (1885-1972), publicada en 1924. En esta comedia de humor oscuro no hay buenos. Todos son malos. Hipócritas, avaros, ambiciosos. Knock no es el peor, solo el más hábil de los impostores. Es increíble que este alegato contra la Medicina como negocio resulte tan vigente después de más de un siglo.










