Envuelta en medidas de seguridad y expectación, la cumbre en Alaska entre los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de Rusia, Vladímir Putin, para hablar de la guerra en Ucrania sin Ucrania echa a rodar este viernes en la base aérea de Elmendorf-Richardson, con el futuro del país ocupado en juego. El estadounidense no lo oculta: quiere ser quien consiga la paz entre Ucrania y Rusia. Cree firmemente en que es la única persona que puede conseguirlo, y se aferra a su relación personal con el ruso como argumento para ello.
Tras una fase de alineamiento de la Casa Blanca con el Kremlin en febrero, cuando Trump increpaba al líder ucranio, Volodímir Zelenski, en el Despacho Oval, la resistencia de Putin a aceptar un alto el fuego le llevó a amenazarle con la imposición de sanciones y aranceles secundarios. Los ataques de Rusia contra objetivos ucranios hicieron que calificara a su homólogo de “loco”. Pero, tras una visita a Moscú de su enviado, Steve Witkoff, hace 10 días, el plazo que el mandatario republicano se dio para imponerlos ha pasado sin novedades.
En vez de castigos, Putin ha recibido una invitación a Alaska con la perspectiva de contar a Trump sus posiciones sobre la guerra en una reunión a solas, sin testigos. Sin que el Kremlin haya dado nada a cambio, su interlocutor estadounidense habla de que Ucrania tendrá que “intercambiar” territorio. A la espera de conocer los resultados de la conversación entre los dos líderes, por lo pronto, el jefe del Kremlin ya ha obtenido una victoria simbólica al pisar suelo estadounidense por primera vez en 18 años —sin contar sus visitas a la sede de la ONU en Nueva York—, rompiendo así un aislamiento internacional sin verse forzado a hacer ninguna concesión previa.
“Pese a sus críticas recientes contra Putin, Trump parece seguir aferrándose a la idea de que puede hablar con el ruso como un socio más que un adversario”, apunta Oleh Shamshur, antiguo embajador de Ucrania en Washington y actualmente en el centro de análisis Atlantic Council.
“La cumbre de Alaska supone el final del aislamiento internacional de Putin”, abunda Jana Kobzova, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (EFCR). “Ningún gran líder occidental se había reunido con él desde la invasión. Ahora logra una cumbre con el presidente de EE UU. Eso, en sí, ya es un buen resultado para el ruso”.
Séptimo cara a cara
La reunión, organizada a toda prisa después de que Trump la anunciara hace exactamente una semana, es la séptima de ambos cara a cara durante sus respectivos mandatos, y la primera en la nueva legislatura de Trump. También es la que más escrutinio ha recibido, dado lo que está en juego. Apenas horas antes de su comienzo, centenares de personas se manifestaban en el centro de Anchorage, una ciudad de 290.000 habitantes, para protestar contra cualquier tentación de un pacto que pudiera perjudicar a Kiev y obligarle a ceder territorio sin que Moscú tenga que renunciar a nada.
El presidente estadounidense aseguró, en vísperas del encuentro, su convencimiento de que, tras ella, podría haber una segunda cumbre, entre Putin y Zelenski, en la que se negocien las condiciones para la paz.
“Creo ahora que [Putin] está convencido de que va a lograr un acuerdo”, apuntó el presidente estadounidense en declaraciones a Fox Radio. “Creo que lo va a hacer. Y vamos a descubrirlo, voy a saberlo muy pronto”. Trump alardeó de que le bastarían “dos, tres, como mucho, cinco minutos” al comienzo de la reunión en Alaska para determinar si el ruso va en serio en sus afirmaciones de que quiere la paz. También aseguró: “En la cumbre, Putin no va a querer meterse en líos conmigo”.
No es el primer presidente estadounidense que considera que tiene bien calado al antiguo agente de la KGB, los servicios secretos soviéticos. En 2001, George W. Bush recibió en su rancho de Texas a un Putin que se estrenaba al mando de su país. En un comentario que dio la vuelta al mundo, aseguró que le había mirado a los ojos y le había visto el alma.
Pero ni Bush ni mucho menos los demócratas Barack Obama y Joe Biden, que mantuvieron una contenciosa relación con su homólogo ruso, alardearon nunca de conocerlo a fondo. Tampoco ninguno de sus predecesores tuvo una actitud tan benévola hacia el ocupante del Kremlin: pese a críticas esporádicas durante fases de frustración con él, una y otra vez, Trump ha asumido como propios los argumentos de Moscú. Sean sobre Ucrania o sobre la propia seguridad nacional estadounidense.
Punto de inflexión con Crimea
La ocupación rusa de la península ucrania de Crimea en 2014 marcó un punto de inflexión en la relación, casi siempre espinosa, entre el Moscú de Putin y Washington. Aquella primera agresión contra la soberanía de Kiev empezó a deteriorar la relación entre Occidente y el presidente ruso, un proceso que se aceleró con la invasión a gran escala a partir de febrero de 2022 y que acabó convirtiendo a Putin en un paria internacional.
Pero desde su llegada al poder en su primer mandato, en 2017, Trump ha enfatizado su interés en mejorar la relación con Moscú y colaborar con el líder ruso: “Es el líder de su país. Digo yo que es mejor llevarse bien con Rusia que mal”, opinó poco después de su primera investidura a la cadena de televisión Fox News.
En la raíz de esa afinidad están las elecciones de 2016, en las que los servicios de inteligencia estadounidenses detectaron intentos rusos de injerir en beneficio del entonces candidato republicano. Esos hallazgos, y los intentos de legisladores y altos cargos de exigir responsabilidades, han marcado desde entonces la percepción de Trump hacia su homólogo, al que percibe como otra víctima de lo que él describe como “el bulo ruso”.
Esta misma semana, el propio presidente estadounidense lo confirmó. Aquellas investigaciones “impusieron tensiones en la relación. Crearon un peligro para nuestro país, porque no pude tratar con Rusia del modo en que hubiera debido”, apuntó en declaraciones a la prensa.
En su primer encuentro como líderes, en una cumbre del G-20 en Alemania de 2017, Trump se reunió con Putin en dos ocasiones. En la primera, solo estuvo presente su entonces secretario de Estado, Rex Tillerson, y el presidente de EE UU pidió sus notas a los traductores para asegurarse de que no se filtraba absolutamente nada. En la segunda, solo les acompañó el traductor de Putin.
En una cumbre posterior, en Helsinki en 2018, el estadounidense declaró que el ruso le había asegurado que, pese a lo que sostenían las agencias de inteligencia en Washington, el Kremlin no había intentado intervenir en las elecciones. “Creo que cuando me dice eso lo dice de verdad”, sostuvo.
Además de su sentimiento de solidaridad hacia quien percibe como otra víctima de la persecución de las cloacas del Estado, su afinidad hacia Putin también nace, en parte, de su fascinación por los líderes autoritarios. Trump ha presumido en ocasiones de mantener una excelente relación con el líder chino, Xi Jinping, quien nunca se ha expresado en términos igualmente cálidos hacia él. Durante su primer mandato, se reunió en tres ocasiones con uno de los líderes con peor prensa del mundo, el norcoreano Kim Jong-un. Ninguna de aquellas tres cumbres entre 2018 y 2019 arrojó avance alguno en su objetivo declarado: el fin del programa nuclear de Pyongyang.
El propio Trump, pese a declarar su entusiasmo sobre su reunión con Putin, se ha mostrado cauto en vísperas del encuentro. Tras insistir durante días en que la cumbre de Anchorage solo será una cita preliminar, en la que no habrá acuerdos y solo intercambios de puntos de vista, horas antes de emprender viaje calculaba en un “25%” la posibilidad de que el encuentro sea un fracaso y regrese a Washington con las manos vacías.
También ha reconocido que su capacidad de persuasión sobre Putin no es, precisamente, ilimitada. Preguntado por un periodista el miércoles si podría convencer al ruso de que deje de atacar objetivos civiles, se mostró pesimista. “Ya he tenido esa conversación con él”, contestó. “He tenido muchas conversaciones muy positivas con él. Y luego veo un cohete lanzado contra una residencia de ancianos, o contra un edificio de viviendas, y gente muerta en la calle”, criticó.