qué impacto tiene en la salud

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Muchas personas viven según lo que los demás esperan de ellas y no según lo que realmente desean. La sensación de cumplir guiones ajenos, de actuar según mandatos invisibles o de organizar la vida para que otros no se decepcionen es más común de lo que se suele creer.

Ese “vivir para otros” no significa necesariamente un sacrificio extremo ni un altruismo exagerado, sino que suele ser un modo silencioso de existir, donde la persona se desconecta de su propio deseo ya sea por miedo, lealtad o costumbre.

Este fenómeno tiene raíces tempranas. El niño depende afectivamente de sus padres (o cuidadores) y muy pronto aprende, de manera inconsciente, qué partes de sí son aceptadas y cuáles generan rechazo o tensión en el ambiente familiar.

Es decir, lo que se vive como “propio” muchas veces es una adaptación afectiva a las necesidades del entorno.

Una vida psíquica saludable implica el equilibrio entre el propio deseo y la realidad compartida. Obviamente no es bueno vivir en un aislamiento narcisista, pero tampoco sostener una existencia cuya brújula esté siempre fuera de uno mismo.

Cuando el Yo queda organizado alrededor de lo que otros necesitan se pierde algo esencial que es la capacidad de sentir qué se quiere, qué se piensa y qué se necesita.

El cerebro está equipado con circuitos destinados a detectar la aprobación y el rechazo social. Desde un punto de vista evolutivo, pertenecer al grupo fue vital para sobrevivir y por eso, la búsqueda de aprobación activa regiones como la amígdala, la corteza prefrontal medial y los sistemas dopaminérgicos.

Cuando alguien vive para agradar o para evitar el conflicto, estos circuitos pueden tornarse hiperreactivos y la persona siente un alivio inmediato al cumplir expectativas ajenas, pero paga un costo interno cada vez mayor.

Es como si el cerebro se acostumbrara a recibir “recompensa” no por ser auténtico, sino por adaptarse al otro.

El precio suele ser alto ya que la desconexión con las propias necesidades aumenta el cortisol crónicamente, el cuerpo vive en tensión, tratando de sostener vínculos o roles que exigen más de lo que se puede dar.

Muchas personas que viven para otros pueden presentar cansancio, irritabilidad, insomnio, depresión que no lo asocian con este modo de funcionar. Sin embargo el cuerpo siempre advierte antes que la conciencia que algo no está bien.

Este estilo de funcionamiento surge en personalidades muy orientadas al deber, en historias donde el afecto se obtuvo a cambio de determinado rendimiento o después de experiencias traumáticas, en las que la posibilidad de decir “no” quedó asociada al peligro.

Una forma sencilla de detectar si alguien está viviendo demasiado para otros es observar qué pasa cuando aparece un deseo propio: ¿hay culpa? ¿surge miedo a defraudar? ¿se siente “egoísta” por pensar en uno mismo?

Esos son indicios de que la identidad se organiza más alrededor del otro que alrededor de la propia subjetividad.

El camino de salida no consiste en volverse individualista o desentenderse de los otros ya que nadie se realiza solo. La clave es recuperar la posibilidad de escuchar el propio deseo.

Cada vez que una persona elige algo por sí misma fortalece su individualidad y comienza a ser autor de su propia vida.

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