Desde Washington, donde encabezaba reuniones clave sobre el programa nuclear de Irán, Rafael Grossi participó de forma remota en el Coloquio de IDEA. Invitado como expositor especial, el director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) aportó una mirada geopolítica al escenario argentino. «Me señalan por hablar con Vladimir Putin o con Volodímir Zelenski. Pero la esencia de la diplomacia es esto, no la cancelación del otro», sostuvo.
En una entrevista exclusiva con PERFIL en el marco del foro empresarial, el diplomático argentino más influyente a nivel global se refirió por primera vez al acuerdo firmado entre Argentina y Estados Unidos en el marco del programa FIRST que, junto a la privatización de Nucleoeléctrica SA, provocaron revuelo en sectores de la oposición por una supuesta pérdida de autonomía en el desarrollo atómico. «Firmar acuerdos de cooperación nuclear no implica necesariamente ceder soberanía«, sostuvo Grossi.
La conversación también abordó los riesgos de proliferación nuclear, las tensiones en Medio Oriente y la parálisis del sistema multilateral. Grossi confirmó su candidatura para la Secretaría General de la ONU y advirtió sobre la creciente irrelevancia de la organización en medio de la escalada bélica global de tinte nuclear. «Las Naciones Unidas están ausentes en todas las grandes crisis actuales. Eso no puede continuar», opinó e indicó que, a 80 años de su creación, el organismo sigue siendo «indispensable» para la seguridad y la paz mundial.
Además, habló sobre las amenazas de muerte que recibió en medio del conflicto entre Israel e Irán —motivo por el cual sigue bajo custodia— y describió con preocupación el estado crítico de la planta de Zaporiyia, en Ucrania.
Entrevista a Rafael Grossi
—El Coloquio de IDEA este año tuvo un marcado tono internacional e hizo hincapié en los desafíos en torno al cambio del eje de poder global a Asia. ¿Qué lectura tiene al respecto?
El Coloquio de IDEA es uno de los foros más prestigiosos de la República Argentina, que nuclea a empresarios, emprendedores del sector privado en general. Es obvio que vivimos en un contexto económico y financiero que está inextricablemente ligado a la realidad internacional. No hablemos aquí de globalización, que es un concepto diferente, sino que lo que sucede en Argentina —la formación de precios, los problemas tarifarios internacionales, los flujos de inversiones—, está determinado e influenciado en gran medida por factores puramente económicos. Pero en un tiempo histórico como el que estamos viviendo, con tremendas fragmentaciones, con el retorno de guerras y conflictos armados —en Oriente Medio, en Europa, inclusive en África—, tensiones en el Indo-Pacífico y demás, yo creo que es indispensable que a la lectura económico-financiera puramente profesional se agregue una mirada desde la política internacional.
Existe, naturalmente, un rebalanceo de las tendencias económicas y de inversiones en el plano internacional, con relación a un cambio de eje del poder global hacia Asia. Creo que el mensaje debería ser quizá un poco matizado. Sí, es natural que, teniendo economías de la talla y la dimensión de China o de la India, Japón, el sudeste asiático, naturalmente existe un porcentaje del producto bruto global en esa región que la hace muy determinante, también como mercado presente y futuro en particular para la Argentina, que ya es un actor y exportador importante en esa región, pero debe serlo aún más, y esto requiere una fina lectura de inteligencia económica, comercial y también política.
—Recientemente Argentina firmó el programa FIRST con Estados Unidos. Sectores de la oposición denuncian que conlleva una «cesión de soberanía» del Gobierno de Javier Milei en temas nucleares. ¿Cuáles son las implicancias del acuerdo?
El programa FIRST de los Estados Unidos es de promoción de reactores nucleares, especialmente de reactores modulares y pequeños. El contenido del programa de cooperación será el que la Argentina le quiera dar. Firmar acuerdos de cooperación con un país no implica necesariamente una cesión de soberanía. Creo yo que, si se lo plantea en esos términos, el concepto es absolutamente desproporcionado.
El sector nuclear argentino, que nace en 1950, ha atravesado todos los vaivenes y las oscilaciones a veces erráticas de la política nacional. Más allá de eso, es bastante notable destacar que ha tenido una relativa continuidad en materia nuclear (digo porque hubo momentos muy sombríos). Argentina es un país que tiene tres centrales nucleares, capacidad de diseño, de producción e inclusive de exportación. Tiene el manejo del ciclo de combustible nuclear: desde la minería de uranio, el enriquecimiento y demás. Por tanto, tiene capacidades demostradas.
Y siempre ha buscado en el desarrollo de su programa nuclear un amplio factor de localización. Esto significa que aun habiendo importado tecnología —en los años 60 la tecnología alemana, luego en los años 80 la tecnología canadiense y ahora desarrollando sus propios diseños—, la Argentina siempre ha logrado mantener un altísimo componente local que le ha permitido, por ejemplo, obtener el éxito que ha tenido con INVAP, también con la Comisión Nacional de Energía Atómica, obviamente exportando reactores nucleares.
—Su nombre suena como posible candidato a la Secretaría General de las Naciones Unidas. ¿Cómo viene ese poroteo diplomático?
Efectivamente, voy a ser candidato a la Secretaría General de las Naciones Unidas. La República Argentina, mi país, formalizará mi candidatura cuando el proceso de selección se abra formalmente. Estimo que en un lapso muy corto, en un mes y una semana más. La postulación surge de mi convencimiento personal, forjado no a través de bibliotecas sino de mi experiencia al frente de un organismo como la OIEA, donde he tenido el manejo de crisis internacionales de alta tensión, como en el Oriente Medio, lo referido a Irán o a Siria, o naturalmente en el conflicto entre la Federación de Rusia y Ucrania, en relación a la central nuclear de Zaporiyia, tensiones entre China y Japón, y muchas otras situaciones de altas tensiones, en las que hemos logrado desde la OIEA ejercer una diplomacia técnica y científica —pero diplomacia al fin— muy activa y con buenos resultados.
Esto ha llevado a muchos a pensar que las Naciones Unidas, que se encuentran en una profunda crisis de credibilidad y de efectividad, requieren un liderazgo que vuelva a ejercer con convicción, con determinación, un papel importante en algo que ha sido absolutamente abandonado: el manejo de la paz y la seguridad internacional. Si usted se fija en todas las recientes crisis que mencioné y muchas otras —Camboya, Tailandia, India, Pakistán, Azerbaiyán, Armenia, Sudán del Sur, Gaza—, hay un común denominador: la ausencia de las Naciones Unidas. Esto no puede continuar. Las Naciones Unidas están en una crisis existencial, y creo que debemos hacer todos un aporte para que esta plataforma —que sigue siendo indispensable, más allá de sus carencias y de sus falencias— vuelva a ser creíble y efectiva.
Eso es lo que alimenta mi convicción y mi candidatura. Por supuesto, en este estadio, donde el proceso está comenzando, sería aventurado empezar a jugar con especulaciones acerca de apoyos o falta de ellos. Sí le puedo decir, sin temor a equivocarme, que en mi diálogo con los grandes líderes internacionales existe una muy buena receptividad a este mensaje que acabo de dar y también a la labor que yo he desarrollado al frente de la OIEA.
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La carrera armamentista y las negociaciones con Irán
—El mundo parece haber vuelto a una lógica de disuasión nuclear, con las grandes potencias rearmándose. ¿Estamos frente a una nueva carrera nuclear encubierta?
Precisamente esta pregunta se encadena muy bien con el tema de las Naciones Unidas. Mi experiencia puesta al servicio de eso: existe un reverdecer —lamentablemente— de la disuasión nuclear. Las potencias poseedoras de armas nucleares mantienen sus arsenales e inclusive los están aumentando y modernizando.
Al mismo tiempo, existen fuertes presiones de proliferación en otros países que acaso están considerando, de manera más y más intensa, dotarse del arma nuclear como disuasivo en un momento donde las garantías de seguridad —inclusive las alianzas estratégicas que existían— parecen estar menos sólidas que en el pasado. Por tanto, no sé si podemos hablar de una nueva carrera nuclear encubierta, pero sí, claramente, de que la dimensión nuclear de las tensiones internacionales está creciendo, indudablemente.
—¿En qué estado está la relación con Irán? ¿Sigue con seguridad personal?
La cuestión de Irán sigue en el tapete y las negociaciones continúan de manera discreta. Justamente acabo de regresar de Washington, donde estuvimos manteniendo conversaciones importantes. Estoy en contacto permanente también con las autoridades iraníes, europeas, rusas, chinas, tratando de buscar una solución duradera. Es obvio que la guerra de 12 días (NdR: con Israel) produjo un cambio importante en la situación en Irán, pero ciertamente no ha terminado de dar a esta situación —que se prolonga ya por décadas— un cierre claro. Se mantienen en Irán capacidades importantes: 400 kg de uranio enriquecido al 60% (esto es a un nivel casi militar o de derivación para la fabricación de armas nucleares) siguen allí. Debe haber un comienzo de las labores de inspección sobre la base de un acuerdo marco en el cual se está trabajando en este momento.
Las amenazas de muerte sobre mi persona, naturalmente, han sido muy traumáticas. Lamentablemente, continúo con seguridad personal, porque los expertos en la materia consideran creíbles las amenazas, y que aún sus orígenes no han desaparecido. Pero más allá de eso, creo que, especialmente en momentos de tensión como estos, no se debe claudicar —y mucho menos frente a amenazas—, así que sigo con la misma determinación y la misma confianza de siempre.
—Lo han acusado de tener un doble estándar o ser «pro israelí» en varias oportunidades, un país que no permite inspecciones a diferencia de Teherán. ¿Qué opina sobre este punto de fricción?
En el puesto que ocupo, y por las materias que trato y que he descrito en esta conversación, es común —forma parte de la realidad cotidiana— ser criticado por unos y por otros. Hay algunos que dicen que soy un títere sionista, y otros que dicen que soy lo contrario. Un día, los proucranianos dicen que estoy en el bolsillo del presidente Putin porque me veo con él, y otro día, cuando estoy con el presidente Zelenski, los prorrusos dicen que estoy del otro lado.
Esta es la labor de la diplomacia internacional. Esto es lo que se debe hacer: dialogar, conversar, proponer sobre la mesa soluciones concretas a los problemas graves que existen. Por supuesto que hay mucha gente —tribunos, opinantes y sectores— cuya función es precisamente condenar o criticar a otros que no piensan como ellos. No es la mía.
Yo tengo una función en este caso específica, que es la protección del régimen internacional de no proliferación, evitar un accidente nuclear. Y esto me lleva, justamente, a tener que dialogar y conversar con todos. Si el precio de eso son amenazas o críticas infundadas, bueno, es un precio que debo pagar. Pero es absolutamente infundado.
—En la planta de Zaporiyia, Ucrania, el riesgo de accidente persiste. ¿Cuál es la situación actual?
Efectivamente, en la planta de Zaporiyia, el peligro persiste. Hoy quizá es un buen día para hablar de esto, porque hemos logrado en la OIEA, después de una mediación entre Rusia y Ucrania, comenzar las tareas de reparación de las líneas de alta tensión externas que alimentan la planta y que habían sido destruidas o interrumpidas, y que hacían que la planta estuviese en un alto estado de riesgo por haber perdido justamente la alimentación externa y tener que ser refrigerada con generadores portables del tipo diésel, como los que se pueden tener en una residencia privada, lo cual es un sinsentido para la planta nuclear más importante de Europa.
Esto es una prueba más de dos cosas: por un lado, la fragilidad de la situación en esa región, que continúa siendo sumamente volátil e inestable. Y segundo, la importancia de la presencia permanente de los expertos del Organismo Internacional de Energía Atómica en el terreno.
—Con base en su experiencia diplomática, ¿cómo evalúa la coyuntura actual? Hablamos de un mundo donde una guerra con acusaciones de genocidio (Gaza) se transmitió por redes sociales; donde existe desde el riesgo de escalada nuclear a una disputa comercial caracterizada por el unilateralismo de Estados Unidos.
Es cierto que vivimos una escena internacional marcada por fenómenos inéditos: el retorno de la guerra convencional en Europa, la situación de la crisis humanitaria en Gaza —que finalmente parecería comenzar a encaminarse a partir del plan propuesto por el presidente Trump—, la necesidad de estabilizar esta región, el programa nuclear de Irán al que me refería anteriormente, la situación en Sudán, en el Cáucaso, tensiones en el Indo-Pacífico. A eso se suman —como usted bien señala— manifestaciones de uso político de políticas tarifarias. Evidentemente, ¿cuál es el denominador común de todo esto? La fragmentación, la polarización y la conflictividad.
Es por esto que el gran desafío de los organismos internacionales —no solamente del OIEA, pero de las Naciones Unidas, regresando al tema de mi candidatura— es volver a tener un papel efectivo en la articulación con otras instancias que han aparecido, como el G20, los BRICS, la Organización de Cooperación de Shanghái, y otras que existen y que son muy importantes, como el G7, y que son manifestaciones caleidoscópicas en distintas presentaciones de las esferas de poder en el mundo. Somos actores sobre la realidad geopolítica, a la cual tenemos que moldear de modo tal de evitar el conflicto. Ese es el desafío de la diplomacia, hoy y siempre.
ML