Responde de manera contundente, “La moda está maximalista, por lo que hoy es tendencia usar muchos accesorios. Salimos del lujo silencioso, que es una corriente que se quiso imponer y le dio mucha pérdida a las marcas y a la imagen personal, ya que unificó el aspecto”.
Quien habla es la argentina Carolina Garzón, hija de Luna Garzón, la creadora de esta marca homónima que hoy cumple 60 años en el mercado local. Y agrega que basta con remitirse a los looks de los invitados a la MET Gala 2025, donde las joyas de las celebrities fueron protagonistas.
Desde piezas barrocas, aros, collares y gargantillas opulentas hasta broches con pedrería y cadenas a modo de llavero recorriendo las siluetas.
“Se impone una idea de juntar y rescatar elementos de distintas culturas, los anteojos son cada vez más grande y los anillos y los collares son cada vez más vistosos. Ahora la gente ya no quiere ser un número más y encontró en los accesorios un medio de expresión para marcar la diferencia.»
Además, como ya la ropa que se compra no es tan llamativa ni tan brillosa, los ornamentos juegan un rol clave para iluminar los rostros, más si salimos a la calle a cara lavada. Algo que sabían muy bien las señoras de antaño, que no salín de su casa sin enjoyarse previamente”, ilustra Carolina, esta diseñadora autodidacta que se crió cosiendo mostacillas en el taller de trabajo de su madre.
Hija de marroquíes, Luna Garzón nació en el pueblo santafecino de Gobernador Crespo. Desde niña, dejaba entrever una temprana fascinación por el arte de crear bijou, tanto que a la hora de la siesta, mientras todos dormían, armaba collares con los botones que su papá vendía en el almacén de ramos generales del cual era propietario.
Con el paso del tiempo, la familia prosperó y se trasladó a Buenos Aires, estableciéndose en Barrio Norte.
Ya de adulta, y siendo una mujer coqueta, solía usar mucha bijouterie. A los 20 años, mientras esperaba ser atendida en L’Officiel -uno de los primeros negocios en traer accesorios europeos al país, dirigido por un comerciante portugués- comenzó a jugar con los elementos que había sobre el mostrador y armó, casi sin darse cuenta, un collar.

El dueño quedó encantado con su creatividad y le propuso trabajar con ellos. En aquel entonces, inventó unas originales cogoteras de perlas que se volvieron un éxito entre las señoras elegantes del barrio, ya que ayudaban a disimular las arrugas del cuello.
Durante un tiempo trabajó en ese rubro hasta que enviudó y decidió montar su propio taller de bijouterie en la casa de su madre.
Autodidacta y apasionada, diseñaba y fabricaba sus piezas a mano, y luego salía a venderlas por la ciudad, en una época en la que la clase media todavía tenía fuerza en la Argentina y era el motor de la economía. Su línea tuvo un éxito inmediato: la gente literalmente se las sacaba de las manos.

Le empezó a ir tan bien que llegó a tener su propia fábrica de accesorios, donde empleaba a 45 personas y producía y vendía al por mayor. Hasta llegaron a vender sus creaciones en Galerías Lafayette y El Corte Inglés, antes de que abriera el mercado común europeo.
En ese contexto creció Carolina. “Mi mamá creó una marca casi sin proponérselo. El tema era que al no contar con una formación empresarial, cada peso que ganaba lo reinvertía en materiales para seguir creando y pagando los sueldo de sus empleados. Y nos pasó la Argentina. En 1975 con el Rodrigazo perdimos todo».
Pero lejos de amedrentarse e impulsada por su espíritu emprendedor y ya sin un peso, se fue a la cocina, abrió las alacenas, hurgó en su interior y desapareció del domicilio varias horas. Cuando reapareció, vino de Warnes llena de mangueras transparentes que empezó a rellenar: algunas con orégano y otras con polenta o granos y porotos colorados.

A todos los remató con unos capuchones dorados y algunos dijes que le habían quedado, así creo unos collares transparentes rellenos de alimentos y detalles en dorado que le permitieron salir adelante”, relata la heredera de esta firma, que hoy posee tres locales: su tienda insignia en Libertad 1185, otra en Belgrano y una más en Martínez.
Además vende lo suyo en tiendas multimarcas de Mendoza, Tucumán y Rosario.
Situaciones similares vivieron durante la hiperinflación del gobierno de Raúl Alfonsín, el uno de uno y la apertura de las importaciones de Carlos Saúl Menem y la pandemia. Pese a su fuerza, Luna se deprime y se angustia. Ahí empieza el trabajo de Carolina, que decide tomar las riendas del negocio y organizarlo de una manera más sustentable. Así arranca la venta directa al público.
“También me puse a diseñar mi propia bijou. La propuesta actual es la de ofrecer accesorios funcionales y livianos donde reina el espíritu atemporal y la audacia. La marca es sinónimo de riqueza de colores y variedad, actualmente tenemos 7200 modelos de productos adentro del local”, revela el alma máter de este negocio.

Y en ese universo reinan las tendencias. Hoy en día, los brazaletes son un accesorio imprescindible. Se llevan uno o dos, y si son dorados, ¡mucho mejor! El baño de oro se usa más que el plateado, que todavía está presente pero en menor medida.
Para la noche, está muy de moda el conjunto metálico que incluye un par de aros con líneas geométricas, además de un brazalete en una mano y un gran anillo metálico en la otra.
También están muy en auge los accesorios de cristal de colores o transparentes, los collares largos de acrílico que levantan un vestido sencillo de lino o un suéter negro, y los conjuntos de aros y anillos con brillo, según cuenta Carolina.
Además, la diseñadora señala que en el “joyero” actual no pueden faltar un par de maxi argollas doradas y plateadas, dos brazaletes, dos collares largos cancheros y algún collar de alto impacto corto para usar de día. Asimismo revela que el clutch se reconvirtió. Hoy se presentan opciones a escala real donde caben el celular y un par de lentes.
Sobre la evolución de la bijouterie, la experta comenta: “La tecnología ha revolucionado los materiales. Antes, los aros pesaban mucho, pero ahora ya no, porque se fabrican con materiales más livianos que no dañan la salud. Por ejemplo, somos libres de niquel, un material que puede causar alergias y es cancerígeno».

También utilizan insumos que parecen de metal, pero en realidad son de acrílico, entre otros avances técnicos.
«Como marca, hemos acompañado los estilos de cada época: aros grandes y dorados en los años ‘80, y opciones gipsy en los ‘70. Pero lo más importante es que en estas seis décadas aprendimos a trabajar con materiales que envejezcan bien. Creamos y seguimos haciendo diseños que no aburren al cliente y que quiera usar por siempre”, finaliza.