Donald Trump cruzó este viernes otro rubicón al demandar, siendo presidente de Estados Unidos, a un medio de comunicacion por publicar una historia periodística con la que no está conforme. Los abogados de Trump registraron en un juzgado de Florida una demanda por libelo y calumnia contra los editores del diario conservador The Wall Street Journal y los dos reporteros que firmaron el jueves por la noche la noticia que enfadó al republicano.
La exclusiva daba cuenta de una carta de felicitación de cumpleaños subida de tono. Se la envió Trump en 2003, siempre según el Journal, a Jeffrey Epstein, el millonario pederasta que en ese tiempo era su amigo íntimo y que en 2019 murió en una celda de Manhattan mientras esperaba su juicio por tráfico sexual de menores.
Trump dijo inmediatamente tras la publicación del Journal que la carta era falsa, y anunció que demandaría al periódico y a su propietario, el magnate australiano de la comunicación Rupert Murdoch. No es la primera vez que el republicano emprende medidas legales contra los medios, pero sí la primera que lo hace siendo presidente, un caso del que este viernes al final de la tarde en Washington (hora local) no constaban precedentes.
Más o menos a la misma hora en la que se conocía la noticia de la demanda, llegó, en algo que pareció una operación concertada, la confirmación de que la fiscal general, Pam Bondi, había solicitado a un juez de Manhattan la desclasificación de una pequeña parte de los documentos del caso Epstein, como le había pedido que hiciera Trump la noche anterior, para ver si así logran aplacar los ánimos del movimiento MAGA.
Los seguidores del presidente andan en pie de guerra desde que hace dos domingos, el Departamento de Justicia publicara un documento con dos conclusiones que echaban por tierra las teorías de la conspiración sobre el caso Epstein que habían alimentado Trump y Bondi: la lista de nombres de ricos y famosos que participaban en la red de abuso de sexual del millonario no existe y este se suicidó en su celda aquella noche de 2019. Es decir no lo mataron, como sospechan quienes dudan de la versión oficial.
Tanto una idea como la otra han sido probadas por las autoridades a lo largo de los años en varias ocasiones. La diferencia es ver ahora a Trump, que hizo campaña prometiendo que arrojaría luz sobre las sombras del caso, decir que no hay información suculenta que compartir en los archivos que obran en poder del Departamento de Justicia.
Los documentos que Bondi y Trump quieren hacer públicos pertenecen a los primeros pasos de la instrucción del caso. El ordenamiento estadounidense contempla el recurso en ciertos supuestos a la ayuda de un gran jurado. Integrado por un número variable de ciudadanos, el fiscal les expone sus argumentos y las pruebas con las que confía en lograr una condena para que estos decidan si merece la pena continuar con el proceso o no. Esos trabajos son confidenciales, y en este asunto, la privacidad de las víctimas es una prioridad. Ahora toca esperar a ver si el juez ordena o no la publicación de esos documentos.
Los escépticos de Epstein esperan mucho más que eso: los registros de vuelo de su jet privado, materiales comprometedores del sumario −como vídeos, fotografías y grabaciones de audio− o la libreta negra con una supuesta lista de clientes que vendría a demostrar la existencia de una élite global dedicada al tráfico de menores y de la que, seis años después, sigue sin pruebas fehacientes sobre su existencia.
La publicación de la historia del Journal se enmarca, por su parte, en la fenomenal atención mediática que el cambio de idea del presidente sobre su antiguo amigo, con el que en 2019 dijo que llevaba “15 años sin hablar”, está teniendo estos días en Estados Unidos.
La carta de la discordia es una felicitación a Epstein por su 50 cumpleaños. Como era una fecha redonda, Ghislaine Maxwell quiso prepararle una sorpresa y pidió a los amigos del homenajeado que le escribieran textos cariñosos. Maxwell era socia y confidente de Epstein, y hoy cumple una condena de 20 años de prisión por hacer de conseguidora de las menores de las que el empresario abusaba. La misiva de Trump, dice el diario neoyorquino, “contiene varias líneas de texto mecanografiado enmarcadas por la silueta de una mujer desnuda, que parece dibujada a mano con un rotulador grueso”. “Un par de pequeños arcos marcan los pechos de la mujer, y la firma del futuro presidente es un garabato de ‘Donald’ debajo de su cintura, imitando el vello púbico femenino. El texto concluye: ‘Feliz cumpleaños, y que cada día sea otro maravilloso secreto”.
Trump negó la veracidad del documento, porque, dijo en un texto en su red social, él no escribe así y tampoco tiene la costumbre de “dibujar mujeres”. Este viernes dijo en Truth que está deseando que Murdoch testifique en el juicio contra él y “contra el montón de mierda de su periódico”. “¡Será una experiencia interesante!“, añadió.
El presidente de Estados Unidos acumula numerosos intentos de callar a los medios en los tribunales, pero siempre los había demandado cuando no estaba en la Casa Blanca, ya sea a la CNN o a los Pulitzer, por premiar una investigación sobre la presunta injerencia rusa en las elecciones de 2016 que le llevaron por primera vez a la Casa Blanca. La querella contra el Journal se enmarca en la última campaña de amedrentamiento de su Administración a los medios de comunicación críticos con él.
Esa ofensiva ya se ha cobrado las víctimas de ABC News y de su presentador estrella, George Stephanopoulos; de la CBS por publicar una entrevista editada con Kamala Harris cuando era candidata, que, según Trump, beneficiaba a los demócratas; o de la agencia AP, a la que la Casa Blanca niega el acceso al Despacho Oval y al avión presidencial Air Force One por su negativa a adoptar el nombre del Golfo de América que Trump puso por decreto al Golfo de México.
Todo indica que el Journal tiene confianza plena en el material que publicó el jueves. Además, en Estados Unidos el libelo no es una causa fácil de ganar, dado que la libertad de prensa goza de una robusta tradición en este país. Eso no quita para que Trump aspire a cambiar las reglas que se aplican a la prensa, a la que ha venido llamando repetidamente “el enemigo del pueblo” y se enorgullece de haber logrado que pierda credibilidad, como prueban las encuestas, entre la opinión pública estadounidense.