Alex es una chica linda, veinteañera y necesitada. Entre las cosas evidentes que le faltan: busca un lugar donde vivir, un refugio para esconderse unos días, dinero que pague sus deudas, cargar y/o arreglar el celular. Lo que ella no termina de saber, es que en realidad está despojada de un lugar de pertenencia. Social. Familiar. Afectivo. En el mundo. Su divisa, la moneda de cambio con la que compra algo cada vez más pequeño y devaluado, es su juventud y belleza.
Después del éxito mundial de Las chicas (2016), una de las mejores primeras novelas posibles escritas en la última década, con La invitada, de 2024, que acaba de publicar en español Anagrama con traducción de Inga Pellisa, Emma Cline no sólo mantiene la vara elevada, si no que la levanta. Y, como si eso fuera poco, da un giro, esperable (deseable), aunque bajo ningún concepto esperado. La autora sorprende con esta pequeña historia enorme que cambia, aparentemente, de tema y foco.
De Charles Manson a los ricos y poderosos
Para Las chicas, Cline se inspiró libremente en Charles Manson y su clan. Más precisamente, en esas jóvenes —hermosas, de aspecto hippie— que llevaron adelante varios de los asesinatos a finales de los años 60 y durante el juicio no perdían la sonrisa angelical. Desde ahí se mete a ficcionalizar una historia que encuentra otro aspecto de la crónica negra del siglo XX que aun se replica en el presente. En La invitada, pone el tic tac de una bomba trágica en la actualidad, sobre una joven a la fuga —de un dealer al que le debe plata, pero más que nada de sí misma— en un entorno de lujo y apariencias que no la expulsa del todo mientras la desprecia. Y la mantiene así, en vilo, viendo todo por una metafórica puerta entornada.
Con una obra ya constituida, que incluye también la nouvelle Harvey (2021), una decena de excelentes cuentos y premios como el Shirley Jackson, la autora estadounidense de 36 años es ya, sin dudas, una de las escritoras más interesantes no sólo de su generación, si no del panorama general de la literatura actual. Es como si Brett Easton Ellis fuera mujer, millennial, heterosexual. O sea, comparten todo lo otro. Aunque no es la búsqueda de Cline, sus novelas y estilos dialogan en espejo distorsionado.
Cline nació en 1989 en Sonoma County y Ellis en 1964, en San Fernando Valley. Ambos en California. Los dos son autores estridentes, atrapantes, que usan el género y lo argumental para buscar algo más, que narra desde distintos lugares, por medio de personajes magnéticos, los residuos orilleros del gran sueño (norte)americano.
Las chicas podría ser el American Psycho (1991) de la autora en la exploración de los extremos y el asesinato. En esa línea de charla entre uno de los mayores exponentes literarios de la Generación X y esta joven millennial casi centennial, La invitada comparte algo con Menos que cero (1985): historias sobre los que naufragan en el océano de las elites; posmodernas cada una en su época, ambas tan incómodas como atrapantes.
Al igual que Ellis, Cline retrata la orilla de la sociedad más rica. En este caso, con excelente elección hasta de título, La invitada, en donde captura el corazón del asunto: una persona ajena a ese mundo aparentemente ideal y deseado, que llega con su aspiración de quedarse, ser parte, incluirse. El problema es que la estadía es por tiempo limitado, aunque Alex intente extenderla, y la trama de apoco va dejando ver que no está calificada para mantenerse dentro o, en realidad, volver a ingresar.
Crítica social que no editorializa
En La invitada subyace —quien quiera oír que oiga— una crítica social que no editorializa, sólo deja en evidencia lo tremendos y dañinos que son los sistemas de poder —ya de castas, apenas disimulados— a los que lleva el capitalismo actual, que ahora además de “cruel” y “feroz” es sensible, con tendencia a ofenderse con sus víctimas. La novela es, entonces, un thriller psicológico con todo lo que pide el género desde lo argumental, pero atravesado por una mirada peculiar del mundo.
Las piscinas prístinas de Long Island, el mar, las playas privadas, parecen ser buenos lugares para Alex, que los transita en tensa calma, en el límite entre el disfrute y la necesidad de no desentonar. Languidece, seduce y, sobre todo, apaga al mundo exterior, el hostil en donde es sólo una chica del interior, huérfana simbólica de familia y amistades, que trataba de hacerse un lugar en una Nueva York que ya la expulsó. A donde es tan peligroso como imposible volver. En esta esquirla vacacional, la joven de 22 años intenta que Simón —su amante adinerado y tres décadas mayor— la acepte como accesorio permanente. Pero esta invitada tal vez nunca fue ni siquiera eso. Y se encuentra, de pronto, fuera.
La novela transcurre, en pulso de suspense tan existencial como de género, en el vilo de todo lo que hace Alex para volver a lo que considera sería su salvación: la casa de Simón, el mundo que él y su casta habitan. El resultado es tan incómodo como explosivo. Inquieta y a la vez atrapa.
Es una historia repleta de imágenes, personajes y situaciones siempre a punto de estallar. Con una voz narrativa omnisciente y ácida, que observa cosas como esta geografía: “Todas las mujeres del programa se odiaban, se odiaban muchísimo, solo para no odiar a sus maridos. Solo sus perritos, que parpadeaban desde sus regazos, parecían reales: eran las almas de las mujeres, decidió Alex, almas diminutas que trotaban tras ellas con una correa”.
La invitada es una novela que, como su protagonista, engaña. A Alex la impulsa la desesperación y avanza con un sentido cambiante de honestidad o moralidad, que se acomoda a sus urgencias y fragilidades.
El escenario es de cristal: todo siempre está a punto de romperse, tironeando entre el lujo y las apariencias, las incertidumbres y la seguridad, el dominio y la dependencia. Podría parecer una estafadora de poca monta, pero se miente a sí misma más que a quienes la rodean. Y la trama, que hace creer en principio que es de aventuras algo trash, pronto mete a quien lee en un thriller hecho de arquetipos, armado con juegos de poder, que cumple esta premisa aparentemente contradictoria: angustia y entretiene.
La invitada, de Emma Cline (Anagrama).