En insectos como una mariposa, se dice que la crisálida mantiene un estado quiescente: la latencia previa al devenir adulto. La crisálida es así parte de un proceso natural, con varias etapas y cambios drásticos, con capas que mutan dando lugar a la versión adulta del espécimen. Con esta imagen tan inquietante como poética, el español Fernando Navarro, guionista de cine, referente cultural y desde hace un tiempo también escritor de ficción, titula su primera novela, que será el eje de algunos de los conflictos que atravesará su niña protagonista.
La ilustración de la portada de la cuidada edición de Impedimenta, la cara de una joven que se ilumina en un contexto negro parece cifrar algunas pistas de la historia. Crisálida llega tres años después de Malaventura, una colección de cuentos de Navarro que también se localizan en el territorio de la España andaluza, dentro del campo de lo que se ha denominado un «gótico sureño».
Y si es verdad que en la novela son palpables tales atmósferas oscuras y sobrenaturales, no es menos cierto que también se pueden asignar a esta historia elementos de otros géneros: las fronteras que definen a todo western, el terror que aflora en lo siniestro, los mundos fantásticos e imaginarios ligados a relatos mitológicos o ancestrales.
A caballo entre la literatura y el cine, surgen una multiplicidad de referencias: de Stephen King a Shirley Jackson, de Sergio Leone a Corman Mc Carthy, de Quentin Tarantino a William Golding, de Walt Whitman a García Lorca.
También será importante el dato, que adquiere casi una marca autoral, de que la geografía –en esta novela, la Sierra Nevada– funciona, en sí mismo, como un personaje. Si son muchas las posibles resonancias y filiaciones, a partir de allí, todo lo que sucede en Crisálida, es nuevo, y lo es, en gran medida, por la construcción de la voz de la protagonista: es ella quien va a llevarnos de la mano para conocer la historia de su familia que, desde el principio, se intuye rota.
La niña sin nombre
Al comenzar la novela, la niña-púber Nada, o simplemente Ná, despierta en un sanatorio sin recordar quién es, ni cómo llego allí. Aunque le digan que ese lugar no es un manicomio, la niña sin nombre, sabe que los otros internados «son loquitos como ella».
No le importa. Tampoco les hace caso ni a los médicos, ni a los enfermeros, ni a los «hombres de corbata», representantes de esa sociedad que hace tiempo dejó de frecuentar –esa misma que detestaban sus padres–, y ahora quieren entender el enigma de esa niña reaparecida.
Sólo una enfermera, Brígida, se (y le) pregunta por qué nadie la busca, cómo es posible que nadie la visite o reclame. Ella es la única que logra caerle bien a Nada, aunque no por ello evite sus frecuentes escándalos, ni que a menudo autoflagele su cuerpo torturado.
Entre pesadillas y vahos medicamentosos, la niña va a comenzar a desandar para Brígida el relato de su historia: cómo una noche sin previo aviso ocurrió la huida a los bosques bajo el comando de su padre, «el Capitán» y su madre, «Madreselva», una pareja de jipis que, en la Granada de los ochentas, decide abandonar la sociedad que desprecian, en pos de ideales de libertad, arrastrando con ellos a sus cinco pequeños hijos, sus «Robinsones». «Vamos a vivir aquí porque la naturaleza es el sitio donde se debe vivir.»
Ternura y sordidez
Hay que decir pronto que Crisálida quizás no sea un libro para cualquier lector, ya que en esta historia se suceden, hasta lo intolerable, episodios de gran crueldad en los que el Capitán pretende «reeducar» a sus hijos, así como las violencias y los abusos a los niños y entre ellos.
Pero quien se anime a avanzar –y soportar– se encontrará de pronto atrapado por una historia que también rebosa de ideas y reflexiones, que llegan a través de los pensamientos de Nada, desgarrada entre la ternura que le produce ser testigo de los hechos a los que fue arrastrada con sus hermanos, y la sordidez que no tiene más remedio que participar.
Lúcida, sensible, tempranamente adulta, detrás de esa voz –no siempre fiable– se cifran preguntas por la fragilidad de los niños, las muchas formas de vulnerabilidad, y una tempranísima pérdida de la inocencia. Lejos de «Capitán Fantástico» –otra familia de ficción que se evade de la sociedad capitalista y busca una vida alternativas en los bosques–, aquel film protagonizado por Viggo Mortensen en el que se propicia la supervivencia a través del entrenamiento físico y el pensamiento crítico, la experiencia de Nada y sus hermanicos estará brutalmente determinada por la locura lisérgica y mística con la que el Capitán, un idealista que pretende transformar a cada uno de los miembros de su familia, comenzando por su mujer, cómplice y víctima.

Rebautizados en el bosque por su padre como Cuarzo, Nada, Rayo, Columbina, Cachorro –que es apenas un bebé al abandonar la ciudad–, los niños irán olvidando sus pocos recuerdos previos a la delirante cruzada. El padre-Capitán no calculará el costo de su empresa, hasta que extravíe definitivamente el rumbo.
Un bosque con resonancias totémicas
Aislados bajo la tiranía del Capitán entre los bosques profundos, confundidos entre las alucinadas visiones del padre y ciertas presencias sobrenaturales que los aterrorizan, los niños irán perdiendo, primero, la inocencia, y con el paso de los meses, la humanidad. «He comenzado a ver a Rayo corriendo a cuatro patas por los bosques, igual que un animal».
Van a acostumbrarse al hambre, al frío, a competir por el alimento, a vivir como animales, a pelear para sobrevivir, incluso entre ellos. A ver la muerte; también a matar. En la figura de este padre todopoderoso es posible asociar, también, la mitológica escena del festín totémico. Nada, por su parte, en plena pubertad, cuidará como puede a sus hermanos y a su madre.
Pero no puede evitar admirar a su padre: «Tengo su voz metía en la cabeza. Tengo su misma sangre y por mucho que me corte las venas seguiré siendo su hija». Busca entonces detener el desarrollo de su cuerpo, mantenerse crisálida, niña, inocente. «Quién era quién soy qué soy. Si no soy ni sapo ni murciélago ni niña».
Esta suerte de momento o ritual de pasaje –Nada tiene su primer período en el bosque–, recuerda aquella escena del comienzo del film Carrie, en que vemos a la adolescente bajo la ducha aterrada por la sangre que surge de su cuerpo, sin saber qué le pasa, terror que prologa las risas de sus compañeras de curso y el posterior desastre.
Consultado sobre si imagina una versión cinematográfica de Crisálida, que él mismo podría adaptar, el escritor granadino declaró que, en principio, preferiría que el lector continuara imaginándose a la protagonista, con la sonoridad de la jerga andaluza, y un territorio que siga siendo un zona indescifrable entre el paisaje real y el mundo imaginado.
Crisálida, del español Fernando Navarro (Impedimenta).